La desesperanza y el desengaño aparecieron más punzantes que nunca el domingo, día en el que CiU, de la mano del todopoderoso Artur Mas, se proclamó vencedora de las elecciones al Parlament, muestra de que la derecha tuvo una jornada triunfal, dado que el Superpepé de Alicia Croft y Ciutadans ganaron también más peso, por no hablar de los minutos de escrutinio en los que el PxC del mesías de la xenofobia, Josep Anglada, contaba también con algún diputado. Pero no, no fue una aparición inesperada la de esos dos sentimientos. Ya se encontraban hace días e incluso meses en la barrera que hay entre el subconsciente y el consciente colectivo luchando por salir, por advertir a la sociedad catalana de que su dedo índice estaba acercándose peligrosamente al gatillo de una pistola que estaba sujetando sin darse cuenta y que apuntaba directamente a su cráneo. Hablar hoy del resultado de las elecciones me llevaría a titulares recurrentes, a evocar al grande de la literatura Gabriel García Márquez y a tirar de tópico para colocar estratégicamente mis palabras de forma que me llevaran a titular este saco de ideas con un “Crónica de una muerte anunciada”. Pero no, hoy no me apetece.
En la política siempre se corre el riesgo de entregarse a una ideología determinada. Yo hace tiempo que me olvidé de ambos conceptos y de los culebrones que derivan de ellos, pues no conducen a ningún lugar. Simplemente me entrego a quien sé que va a luchar para que mi día a día mejore y para que cada vez los míos y yo podamos acercarnos más a la libertad. Tiré a la basura los panfletos de aquéllos que creían que acumular los votos de la mayoría de la población significaba tener el poder de guiarlos, de conducirlos y de decidir por ellos, de tomar decisiones que perjudicaban a la población sin previa consulta, sin darse cuenta del tinte dictatorial de su discurso. El problema es que el resto de la población no lo hizo y ha decidido confiar en quien dudo que se encargue de darle las alas que merece. Pero no queda otra que esperar que así sea. La victoria de CiU es la victoria de la coherencia. Tras el desgaste del PSC después de las dos legislaturas en las que ha permanecido en el poder y el choque de egos de una izquierda fragmentada en exceso, además del protagonismo que ha tenido en la campaña electoral una independencia que la mayoría de la población no quiere, motivo por el que su proclamación sería puro fascismo, CiU era el único partido, probablemente (estas líneas cada vez huelen más a resignación) cuya victoria fuera adecuada .Por lo tanto, y dada la insistencia del pueblo catalán desde 2003 (la misma insistencia que PSC, ERC i ICV mostraron en proclamar su hipocresía a viva voz al formar el Tripartit –más aún en formar una coalición liderada por José Montilla-) en que Mas venciera, merece la oportunidad de gobernar. El programa del vencedor, pese a algún aspecto de dudable lógica como una eliminación de la Semana Blanca que no haría más que marear a aquellos que formamos el sistema educativo, está cargado de buenas intenciones y de buena voluntad. La CiU de Artur Mas pretende emular a Euskadi y hacer que Catalunya recaude sus impuestos retornando una parte al Estado y reducir la aportación ca las comunidades menos favorecidas, algo de necesaria inmediatez para sus arcas. Pretende, también, reducir el índice de paro (algo que suena tan bonito como utópico), la propia gestión de las infraestructuras, la cuadruplicación de las líneas ferroviarias de acceso a Barcelona, reducir el 20% del personal de la Administración y disminuir el fracaso escolar. Un programa más o menos correcto si no se queda en pura palabrería y se lleva a cabo, aunque su viabilidad podría ser considerada de dudosa echando mano de la generosidad adjetival. Sin embargo es totalmente imprescindible otorgar un voto de confianza durante los cuatro años que le corresponden a Mas para que lleve a cabo todas las medidas prometidas. Es mi obligación. Es nuestra obligación como catalanes.
Más allá de esto, que ya ha bombardeado demasiado las retinas y los oídos de los ciudadanos, quedan los resultados de la derecha. Provoca tristeza que todo aquello que tenga relación con el racismo, la xenofobia o con posturas opuestas a la inmigración pueda ser calificado de populista y sirva para recaudar votos. Que un PPC más atado por el PP de España que nunca, y que se ridiculizó a sí mismo con el videojuego que tantas ampollas levantó hace semanas, obtenga tantos votos es una noticia que da que pensar. Que un Anglada que no ha parado de vomitar su doctrina en la cara de los inmigrantes tuviera, por un momento, más de un diputado en el Parlamento, también.
Y es que la derecha ha vuelto, tan oportuna como siempre, tras haberse encargado, como de costumbre, de ir borrando uno a uno los recuerdos de la sociedad, esos recuerdos que nacieron de hechos y de conclusiones que llevaron al pueblo a dispararle en la cabeza a la gaviota años atrás. Ahora parecen un partido maravillosamente renovado, fresco y adecuado para liderar a la España de las injusticias y de las desgracias, tan maltratada por el PSOE de Zapatero. Y la gente, pese a la crisis, tiene suficiente dinero como para comprarles la moto. Y es que todos sabemos que cuando Franco vivía todo iba… mejor.
Mientras tanto el fútbol respondió a todos aquellos que aún hoy no entienden el porqué de su consideración como recurso de forma de evasión gracias al juego que el FC Barcelona fue capaz de desarrollar durante los 92 minutos en los que la pelota rodó el pasado lunes por el Camp Nou en "El Clásico de los Clásicos". Un equipo azulgrana que parece tener un agujero negro en los intestinos, que hace que nunca sea capaz de saciar su hambre y su sed de victoria, arrolló de una forma que se ha convertido en habitual desde que un buen día Guardiola decidió capitanear desde el banquillo el club que ya había capitaneado desde el césped. Y el aficionado culé se llevó otro resultado histórico que coleccionar en su memoria.
Y es que el Barça estaba muerto. Parecía haber dejado de existir desde que, en una jugada maestra, don Florentino Pérez eligió con su dedo de hierro a José Mourinho como entrenador del proyecto definitivo que le iba a permitir acabar con los de Guardiola para siempre y lo dotó de la mejor plantilla de la historia formada por los hombres perfectos, los elegidos. Sin embargo, en un mundo tan surrealista como el del fútbol, hasta resucitar es posible, y ayer el aficionado al fútbol lo pudo comprobar. Aunque todo aquel que siga mínimamente a los azulgrana era sobradamente consciente de que el equipo, pese a un comienzo algo flojo, continuaba en la línea de los años anteriores, siguiendo un camino ascendente en el que a día de hoy empieza a no verse límite, teniendo en cuenta que la adaptación de Villa está siendo mucho más rapida y mejor que la de Ibrahimovic.
Y es que cuando el fútbol habla, no deja nada a medias tintas. La pelota, dotada de increíble criterio, siempre se deja querer y sabe ver con quién debe tratar, quién merece el honor de acariciarla y conducirla hacia el fondo de la red superando todo obstáculo extra-futbolístico que le salga al paso. Y así fue como, con un fútbol apabullante, el FC Barcelona supo superar a un Madrid que no apareció en ningún momento, que no fue capaz de crear ni un '¡Uy!' de preocupación en el aficionado azulgrana y que se vio totalmente dominado por los de Guardiola. Como acostumbra a hacer, y no recorro a la demagogia fácil de un culé cegado, el Real Madrid usó sus recursos habituales, que quedan muy lejos de la excelencia y del talante de ganador de los que han presumido y aún hoy día presumen, por muy poca base real que ambas supuestas virtudes tengan. Y así fue como las patadas, las protestas, la agresividad y la prepotencia borreguil fueron la única manera mediante la cual el aficionado viera alguna camiseta blanca asumiendo el papel de protagonista. La impotencia es lo que tiene.
1 comentario:
El ganador merece el beneficio de la duda y cien días de confianza, después...
Y sí ganó el Barça porque jugo mucho mejor, a veces, eso incide en el resultado, afortunadamente.
Se parecen ambas cosas de forma preocupante. ;)
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