Dos motivos diferentes o dos fines opuestos, una elección que depende totalmente de la visión de la que proceda el juicio. La diferencia surge de ahí. Las características divinas o satánicas de la que son dotados ambos territorios divididos por la grieta que ella crea son una consecuencia demasiado propia del concepto de humanidad popularmente extendido hoy en día, que desdibuja paradójicamente esa discordancia al arrastrarla a un mismo principio y final. Por muy alejadas que parezcan dos causas contrapuestas, no dejan de anhelar un mismo sueño, pese a que los que las defiendan mantengan semblantes diferentes causados por la forma de luchar, a la intemperie y con las manos llenas de mierda y sangre unos, otros bajo algún manto sacro que los protege a ellos y a su complejo de rey Midas. La diferencia reside en la épica y en poco más, pues el camino seguido no se aleja tanto pese al empeño de esa incrustación de valores que hacemos nuestros por pura admiración, que idealizamos sin saber hasta qué punto nos convienen o los conocemos. Y desaparece, como si supiera que allí no pinta nada, consciente de que jamás ha existido, de que es un invento de los axiones de millones de despiadados hipócritas que no cesan de intentar ajustarse a la silueta estipulada sin preguntarse si es la adecuada. Un cúmulo de vanas ideologías nos arrastra a defender una causa, a admirarla sin darnos cuenta que lo único que hacemos es huir de un pasado marcado por unas experiencias que han decidido invisibilizar el trauma provocado. Esa causa se convierte en nuestro sueño, y como todo sueño, se fundamenta en el anhelo de aquéllo que se resiste a ser conquistado. El error es convertirlo en una nueva cruzada con un dios distinto a quien honrar. Tan sólo se trata de la lucha de la relatividad y el subjetivismo. Y es que al final, cuando nada es un recuerdo y un augurio, un pretérito y un futuro, sólo queda soñar con que la balanza se incline hacia la emisión sin interferencias de radiofonías sintonizadas en algún canal remoto de la falacia pasajera del sentir.
Intentamos no desear querer, o querer no desear, con la impaciencia de quien teme que pedir sea demasiado inoportuno y que carezca de sentido. En manada, nos movemos hacia la posición más seriamente deliberada en un contexto equivocado y buscamos la llegada de victorias y trofeos a nuestro palmarés moral. Un palmarés débil y obsoleto, arcaico y desmantelado que carece ya de pilares sólidos a causa de la nula capacidad de autoanálisis. La ética, la anhelada ética, nos arrastra por el buen camino, derivado del indicado por folletos neojudaicos, impidiéndonos ver qué creemos o queremos en realidad, ni su porqué. Hemos perdido la capacidad de reconocer nuestras propias pulsaciones vitales y nuestra miopía nos impide ver el horizonte en medio de una cosmovisión cuya incorrección reside en el color de la tinta con la que ha sido dibujada.
Se erige como vil villano aquel que antes era un auténtico ejemplo a seguir. Como un criminal sin raciocinio alguno, ni humildad, con complejo de Dios y con un saco repleto de psicopatías. Su comportamiento y su forma de actuar van en contra de cualquier código ético. Mientras, ruedan las peticiones de borrado de esas imágenes junto a él de los archivos fotográficos de algunos medios para que la hipocresía disminuya (levemente, al fin y al cabo). Hasta que la condena pública no se manifiesta, los cortabacalaos saben esconderse en su caparazón.
En esta lucha de intereses que tan sólo pretende encontrar una cierta armonía entre anhelos y resultados, el problema, olvidándonos ya de ética y moral, reside en la anteposición de una de esas armonías por encima de la de millones, por mucho que cuente con los medios suficientes para mantener la situación desigual, si ninguno de esos que se llena la boca defendiendo unos determinados valores que en realidad permanecen en su cónclave oral para ser masticados y tragados, trata de impedirlo. Esa abstracta invención que resuena en los oídos de los que conforman dos visiones del ejercicio del vivir cual sinfonía, el yin y el yang, agoniza al verse reducida a cenizas, mas tiene el consuelo de saber que ha conseguido arder sin ser inflamable, mucho más de lo que podía haber imaginado antes de que los humanos perdiéramos el tiempo en disfrazar causas de justas y admirables.
El interés colectivo mueve a la masa hambrienta de villanos que un día asumieron el papel de líder, sabedores que no eran más que unos actores cuya única función era disfrazar la mano oculta de algo más etéreo que cualquier deidad y más propio de alguna visión paranoica del asunto que no deja de tener nombres y apellidos. Es incuestionable que su energía locomotora es admirable. Para mí y para millones de víctimas de la desgracia como yo. Porque por mucha vana palabra, cuestiono cuántos elegirían un camino diferente al tomado por ése que parece surgido del antiguo Força Barça de Alfons Arús. Lo único que nos o los diferencia de él es sólo el contexto y algunas determinadas elecciones y una cuestión física de posicionamiento de entes.
La representatividad vuelve a aparecer una vez más como ridícula y caduca, al menos en su rol actual, pero se sigue escondiendo detrás de problemas que parecen puntuales y residuales, apartados y aislados entre sí, consiguiendo convertir en genocidas a sus víctimas, cuando los hilos tan sólo los mueve ella. Acabará cediendo, como un ladrón de bancos, entregando al rehén de turno, guardándose en la manga los secretos del poder que le permite seguir escondida, invisible y anónima, y seguirá causando esa extraña grieta en el gaznate propia de cuando no aparece la forma de remontar un camino al final del cual se halla la causa primera. Más dramático aún es mantener la aprobación hacia la cada vez más incesante constancia de la prohibición. Conducimos por una carretera y de montaña y, por mucho que nos sea señalizada la posible caía de piedras y rocas, creemos que no lo harán a nuestro paso. Leyes que prometen un bien final no dejan de aparecer y esa época mejor que ha de llegar jamás lo hace, mientras la gaviota sobrevuela la Península ya en solitario con un cargamento de leyes de otro color pero con el mismo problemático trasfondo, prometiendo devolvernos lo que nos han quitado.
No está en mi poder saber si existe algún tipo de energía que regule los desbarajustes que surgen con el tiempo. La naturaleza, según dicen, es sabia y se encarga de eso, pero sería una ridícula forma de tirar de tópico admitirlo, o una excusa más para buscar sucesores o antecesores del mesías de turno. Otros hablan de karma pero tampoco pretendo hacer alusión a conceptos que me quedan grandes para dármelas de profundo conocedor de la cultura oriental y sonar un poco más exótico. Lo que sí que está claro es que lentamente se van encaminando los humanos, pese a las barreras que en su mente hay, hacia un planteamiento que les devolverá al camino correcto después de muchos siglos. Pronto ya nadie considerará como suyo lo que no lo es y cesarán las peleas por identidades que jamás hallarán, pues se habrá difuminado ya lo propio y lo ajeno en medio de esta interconexión que vivimos. La única alternativa, la última opción, será defender los colores de la propia patria, pero de la propia de verdad. Regresará la humanidad, escapando de su definición paternalista o filial, sin obstáculos que la frenen, ni tampoco miedos ni cobardías. La evolución, al fin y al cabo, se ha basado en eso y ha convertido el mundo en un vertedero lleno de moscas. Los instintos, algo que un animal jamás olvida por mucho que con los siglos haya aprendido a leer y a escribir, y que han sido exterminados, desapareciendo a su vez lo poco que nos conectaba al núcleo de este planeta, acabarán regresando en su dosis adecuada.
Desconozco si junto a ellos volverán los sueños, en busca y captura. Consiguieron fugarse junto a nuestras cuerdas vocales hace ya tiempo y provocaron que asumiéramos nuestro papel de atletas de una carrera de obstáculos seguros de estar capacitados para saltarlos una y otra vez sin cesar. Nadie recuerda que estamos aquí por otro motivo escondido detrás de tanta absurda complejidad, que más allá de nuestras pupilas no hay nada, pues la realidad es un ejercicio de introspección, una evidencia, una señal de retorno que ha de obligarnos a mirar hacia dentro y no hacia fuera. La unión no siempre crea al individuo. El individuo toma forma cuando consigue aislar la incógnita de la ecuación que lo compone. Sólo así consigue resolverla. Lo demás son bonitos discursos cuya belleza se basa en evocar conceptos que todos tenemos en la retaguardia propios de esa lista de palabras que suenan bien porque se las hemos sentido a no sé quién en la tele o las hemos leído en algún libro convertido en incunable para nosotros. La colectivización absoluta del individuo pues, es una vía más, pero no la única. Es el el anhelo de una generación que continúa odiándose a sí misma por haber estropeado el sueño de sus padres y haberlo convertido en la pesadilla de sus hijos.
1 comentario:
Loco... ya va siendo hora de que nos pongamos las pilas por aquí.
(K)
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