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martes, 28 de diciembre de 2010

RUIDOS

I


A veces no existo. Me siento en mi habitación o en lo que queda de ella y está vacía. A oscuras, trato de encontrar algo o a alguien pero no lo consigo. Gritar es un sueño lejano. Intento mover los brazos pero tan sólo veo como se balancean dos cadavéricas ramas de un árbol de invierno que en seguida vuelven a su lugar de origen, haciendo caso omiso de mis órdenes. Después nieva. Nieva mucho. Es entonces cuando sobre mis articulaciones empieza a acumularse cada error y cada paso atrás del pasado hasta que se parten y caen al suelo. Amputado de sueños, viendo como se esfuman definitivamente, me trago los restos de vida que encuentro por allí. Vuelo. Le robo la respiración al tiempo y lo quemo. Me creo invencible por unos minutos que resultan ser horas. Sin embargo después vuelvo a ser el de siempre con menos cartuchos y menos balas que disparar y un poco más inútil. Vuelvo a esa nada tan absorta y tan llena de mierda. Vuelvo a no tener brazos, a ser parte de esa oscuridad tan familiar de mi espacio vital. Vuelvo a dejar de existir un poco, a ser un vegetal. Vuelvo allí donde la vida y la muerte no existen. Los sueños pierden su sentido, pues cuando el tiempo cesa y no hay ni vida que perseguir ni muerte de la que huir pierde todo su sentido luchar por ellos. Pierdo el norte definitivamente. Caigo. Y lo hago con la esperanza de llegar a algún punto en el que el suelo marque la línea entre el principio y el final convertido en un obstáculo estratégicamente colocado. Tal vez notando su manto frío en mi frente resucite. Pero allí no hay suelo y no paro de caer. De repente algo frena mi caída y agarrándome a lo que puedo consigo levantarme. Vuelvo a oír el tic-tac del reloj. Después la música susurra para acompañarle en sus lamentos. Poco a poco vuelvo a recobrar el sentido y a sentir. Consigo abrir los ojos y veo como todo se estremece y se contrae constantemente a mi alrededor, como cuando un cambio está a punto de impregnarlo todo de savia nueva. Incluso el rincón más apartado de mi habitación a vendido su rostro para conseguir fuerzas para renacer. Ya es primavera y huele a leche materna. Veo, merodeando por allí, a más gente que trata de buscarse a sí misma. Otros se suicidan cuando han de salir y hay algunos que simplemente se quedan en la puerta mirando. Estos últimos, al volver al mundo exterior caen por sí solos cuando las moscas empiezan a morder sus excrementos, que aún son aprovechables para esta sociedad tan propicia a dejarse cegar por cualquier mínimo destello de luz que después acaba apagándose con el tiempo, aunque cuando esto sucede allí ya no hay nadie para verlo, pues su luz, pese a ser mínima, es suficiente para cegar a quienes jamás la han percibido antes.

II


Si no estuviera aquí ahora, si el destino no me hubiera marcado la pauta que ha decidido marcarme, sería uno más. Para bien o para mal, pero sería uno más de esos que se han resignado a pasar por la vida de forma indiferente sin cambiar su significado después de entenderlo y dominarlo. Sería uno más de esos que creen tenerlo todo claro, que miran con temor y rabia a los que de verdad quieren expandirse, que se reprimen y se conforman sin darse cuenta de que lo están haciendo o aceptando resignados que así sea. Sería uno más de los que han interiorizado las normas y los valores de un determinado sector de la sociedad muy concreto que se ha encargado de convertir sus ideas en universales. Si no estuviera aquí ahora no hubiera apreciado ninguno de esos sentimientos de los que algunos hablan desde sus prismáticos, ni sentiría esa plenitud de hormigón convertida en cartón después. Si las causas no hubieran existido tal vez sería uno más, más feliz quizás, pues no me hubiera crujido tanto la cabeza y tendría más húmedo el corazón. Pero sería uno de ellos. Sonreiría cuando hay que sonreír. Me disgustaría cuando disgustarse sea una moda rompedora e innovadora. Soñaría mi vida creyéndome parte de ese sueño y tendría el peor despertar imaginable. Jamás sentiría estallar mi cerebro en mil pedazos en medio de los charcos de la nostalgia ni sería prisionero de un bombear acelerado. Jamás moriría, pues tampoco hubiera habido en mí vida que extinguir. Viviría en su ambiente, contagiado de esa enfermedad que padecen. Demonizaría a quienes huyeron de allí sabiendo que en el fondo lo que me corroería por dentro serían el odio y la envidia hacia los que fueron capaces de encontrar las llaves de las esposas que a mí me hubieran atado.

 III


A cada paso que daba me decía que parara. El afecto de un día se moría y revivía y pasé a ser el antagonista de una historia caduca y sin audiencia, y ahora mendigo ante los ojos de todos, al no querer ser despertadas las apologías. La vida transcurría a su ritmo y por circuito cerrado, sin desbocar su cauce hacia otros lugares. Decidí cortar con las raíces. Se me insinuó el edén de nuevo pero evité ser conquistado. Ahora escribo esta historia finisecular que pronto dejará de aguantarse y caerá por su propio peso, pues está compuesta tan sólo de garabatos que se perderán en el olvido y en la indiferencia cuano sean atraídos como si estos tuvieran un imán. Mis palabras perderán su efecto lenitivo y mi discurso será más mundano que nunca. Nadie tendrá la culpa de haber nutrido ni de haber creado algo tan ordinario. Me acabarán convenciendo para que siga siendo un reaccionario ante las nuevas ideas que pretenderán imponerse y seré el único seguidor de un sueño utópico que estará un tiempo al alcance y que acabará perdiéndose en cualquier reflexión cobarde. Fracasarán los intentos de adentrarme en la tangente del asunto. Se acabarán truncando los planes de seguir malgastando la retina escondiéndola tras ese manto invernal. Me dedicaré a andar con veinte cristales rotos en la mano después de ver los detalles del entramado.

IV


Hubo un momento en el que dudó. No sabía cómo reaccionar. El cambio siempre se plantea después de que un nuevo ímpetu surja con fuerza. Después del tambaleo inicial, sin embargo, se convierte en contenible y llevadero por muchas ráfagas esporádicas que tenga. Así fue como pudo seguir parpadeando, aunque a veces dejaba de hacerlo de nuevo y cuando se conseguía dar cuenta le ponía remedio al instante. Las incontinencias de pensamiento siguieron ahí pero la estabilidad no se dejó vencer fácilmente. Las inconexas frases muertas que de ahí surgieron respiraron aliviadas al haber visto la luz, sin ser conscientes del riesgo que corrían al estar expuestas a cualquier mano juguetona que partiera en dos su mundo y después dividiera cada una de sus partes en más hasta reducirlo todo a pequeñas cenizas llenas de nada. Pero no, no tendrán esa suerte. Para bien o para mal sobrevivirán y las puertas de retinas ajenas se abrirán para ellas y penetrarán en sus poseedores para incrustarse en algún recóndito rincón de su memoria. Lástima que la fuerza del presente no sirva para convertir la vergüenza y la voluntad de corrección en inexistencia.

V


Espectativas y decepciones entrecruzan sus miradas y chocan sus puños en busca de un duelo que está por llegar. Yo me limito a mirar atónito al frente, donde el objeto aparece en ocasiones saludando a los presentes. Luego pasa de largo como en Bienvenido Mr. Marshall y todo sigue su curso como si nada, aunque con algo más de incoherencia como acostumbra a suceder en estas ocasiones. Los pretéritos se convierten por unos momentos en ofuscados presentes que pronto vuelven a hablar del pasado y el futuro. Es un ciclo constante pero irregular que nunca sabe a qué pilar agarrarse ni hacia qué lado del triángulo volcarse. A veces trato de ponerle remedio a tanto murmullo con sueños de plástico. Después ando adormilado y medio perdido unos días tratando de recomponerme pieza a pieza conforme vuelvo atrás y me las voy encontrando. Todo forma parte de un extraño suceso que a todos nos inunda, aunque yo sé que acabaré antes que la mayoría porque presioné demasiado pronto el botón rojo que dio inicio a todo. Busqué precedentes y encontré 30 años de desgracias y poco más, pues no pudieron más. Conocí así mi destino. Aún sin saber qué pasará, tengo la certeza del camino y el lugar dónde acabará. Una idea que causa cierto temor en los que aún no se han desnudado y han comprendido que si llevamos ropa es por el frío reconvertido en temor a ser vistos tal y como somos, pero que si ambas cosas no existieran no haría falta llevarla. Cargaré conmigo el peso, o en el recuerdo de lo que fui, de pertenecer al club de los odiados, desgraciados y cobardes. Ojalá alguien entendiera que el amor a la vida está por encima de todo y que quien decide girarle la espalda no la está despreciando, sino que considera que sus ojos no merecen mirarla más.

VI


Elegí el camino equivocado. En su día me pareció el mejor, pues era mi camino. Tenía mi nombre escrito. Pero me he dado cuenta de que no, aunque ya es demasiado tarde y no hay forma de volver atrás. Busqué alguna manera de salir de aquí pero no la encontré. Traté de buscar en mi pasado algún dato que me sirviera de algo pero no hallé nada, tan sólo hechos que envenenaron más y más mi futuro, mi presente actual, que me convirtieron en lo que soy. Ahora lo he perdido todo. La diferencia con entonces es que lo he asumido y sé que ya no tengo a nadie a quien arrastrar, a a nadie que corra el riesgo de saltar por mí a ningún abismo para evitar que lo haga yo y me deje a mí al borde, con millones de remordimientos y arrepentimientos. Ahora estoy al margen, ya no soy una pieza del juego. Sigo aferrado a mi inaccesibilidad pues es lo único que me queda. A veces el in- trata de escapar y en ocasiones casi lo consigue, pero luego vuelve con el rabo entre las piernas y me duele ver su cara de decepción. Lo tranquilizo con un "lo has intentado" que esconde más dolor del que piensa y todo sigue igual después. Jamás podré dejarlo marchar. Será así como seguiré, aquí, en este camino que cada vez se llena más de sombras y es menos transitado, esperando una decisión que se retrasa porque quizás aún haya demasiados asuntos que resolver. Sé que, aunque me equivoqué al escoger, no tuve opción, pues ese camini era yo mismo y por mucho que me hubiera resistido hubiera acabado aquí, exactamente en el mismo punto en el que estoy ahora. En el fondo lo he sabido desde siempre. Tan sólo me queda ya seguir eliminando acorde a acorde esa maldita melodía que no deja de sonar en mi cabeza. Cuando ya sólo sea un vago susurro prácticamente inaudible se habrán terminado mis problemas.

VII


Enredado en un pensamiento lejano, resurjo de nuevo en una espiral de verborrea que ametralla mi mente y causa demasiadas ojeras. Revivo, supongo, más no lo sé con certeza porque me cuesta oír mi latir. Las evidencias sobran mas lo evidente nunca es suficiente y siempre hay algo que hace que se me escape de las manos. Como buen humano pienso entre comillas y sé del constante cambio de mi pensamiento. Apreciación y comprensión nunca van de la mano y siempre falta uno al que el otro no deja de buscar constantemente, pero jamás se produce la conjunción adecuada porque la exigencia sólo es un mito como los muchos que hay y nadie la sabe utilizar a la hora de la verdad. Su ausencia siempre deja un hueco que no soy capaz de rellenar. Que alguien extinga tanta palabrería inmunda que no sirve de nada. Nunca es suficiente. Siempre vuelve la necesidad de hacer que las palabras se desplomen bajo el ritmo de un bolígrafo recién despertado. ¿Cómo sabes que te están hablando a ti cuando no te miran a los ojos?

VIII


Con media alpargata rota andé y andé, apelando al derecho de andar por andar sin destino claro o sin destino confesado, pues uno nunca anda sin un fin concreto y, si lo hace, es durante poco tiempo o por subnormalidad mental. El cierre de la desembocadura de los ríos de tinta me perjudicó durante una época porque desde siempre supe que era lo único que tenía, y mis versos decasílabos perdieron el poco sentido que un día tuvieron. Despenalicé a quiénes intervinieron en ello, pues estaba escrito que iríamos de la mano a nuestro propio final. Encargué varias raciones para una noche que se presentó, de repente y por varios motivos, como la noche del juicio final y, sin oponerme del todo a lo que estaba en mi contra, me convertí en gas y me expandí por todas partes, haraganeando y desperdiciando oportunidades de invisible materia. Algunos, amputados de hipófisis, jamás me entendieron, pero tampoco supieron nunca en qué ridículas tareas habían desperdiciado su vida a base de falsas coartadas. Ladeé como pude cordilleras y montañas y me mantuve al margen de ridículos intercambios sapiensales a los que ya me había sometido en su día y de los que ya no tenía nada que aprender. Vi de lejos actos multitudinarios a los que ya no estaba invitado, pues mi vida ya no era digna y me había ganado fama de borde y frío. Desconociendo qué relación tenía esa fama con la realidad, escribí mi nombre allí donde siempre podría verlo, pero no ese que ingeniaron cuatro pezones, sino ese que encontré cuando aprendí que cerrar los ojos es la mejor manera de aprender a abrirlos. Paraíso e infierno fueron dos palabras que empezaron a entablar una relación intensa que me hizo caer y levantarme en demasiadas ocasiones hasta hacerme abrazar a la indiferencia. La realeza habia decidido echarnos de sus tierras y, aunque sabíamos que no éramos los culpables, no vimos la manera de ponerle remedio. Sabía también que mientras yo ya había desistido, aún veía mi relumbrón cuando cerraba los ojos para no pensar. Intentaba controlar los ruidos de su cabeza y se desesperaba cuando las flechas desviaban su dirección hacia las sombras, pues no le resultaban desconocidas. Allí ya había estado aunque le costara recordarlo y, aunque siempre había huído de tambaleos extraños, sentía una necesidad que quiso frenar y aún no sé si pudo. La elipsis me permitió a mí suplicarle que no se callara, que siguiera hablando para siempre auqnue fuera con los ojos cerrados o con una vida falta de sentido. Que siguiera hablando porque, aunque andaba sordo de tanto ruido, aún recordaba el sonido y sabía intuírlo, y quizás alguan combinación desconocida de palabras podría ser capaz de hacerme sentir otra vez. Le pedí que no se callara porque entonces serían dos los fallecidos y una la causa perdida y una derrota así violaría el único derecho que aún había sido capaz de permanecer intacto.

sábado, 25 de diciembre de 2010

CONVERSACIONES DE TREN QUE ROMPEN EL SILENCIO DE LA MONOTONÍA


En el vaivén melancólico del vagón de un tren siempre existe una extraña calma, como si automáticamente todo el que se sube en él y se sienta en cualquier sitio que haya sido desestimado por algún pasajero anterior aceptara dejarse llevar por su mente, como si todas las dudas y remordimientos, todas las esperanzas de futuro y sus problemas no resueltos afloraran en su cabeza justo en el momento en el que se sienta para dejarse llevar a su destino. Los vagones de un tren están llenos de vacío y de silencio, de miradas perdidas, de cansancio, de resignación y de ilusiones nacientes. Algunos aún sacan fuerzas para oponerse a esa ley natural y comparten sus reflexiones con el pasajero de al lado o con el de enfrente, o con quienes le acompañan en su viaje previamente. Las conversaciones de tren tratan de llenar los espacios vacíos que deja el silencio y saben superar el protagonismo que asumen cuando aquellos que son ajenos a ellas desentaponan sus oídos en busca de algo que rompa con la desidia presente. Otros buscan entretenimiento en su ordenador portátil, en la música de su mp3 o en esos diarios de tirada gratuita que piden a gritos un lector, abandonados en cualquier rincón del vagón. También hay algunos que, buscando callar los ruidos de su cabeza, deciden entregarse al sueño.

Pero como siempre sucede, la calma se ve rota por algo que no encaja en una determinada calma. A veces es alguien cantando o tocando cualquier instrumento. Otras, los vigilantes poniendo orden o cualquier persona que no tiene suficiente con escuchar la música de su móvil y necesita que todo el vagón también sea partícipe de ello. Pero esta vez es otro hecho el que rompe con la monotonía del vagón. En la parada de Sant Quirze del tren con trayecto Plaça Catalunya – Sabadell Rambla se sube. En su rostro se percibe algo que lo hace diferente a los demás. No está allí porque tenga que llegar a algún sitio y eso le hace transmitir un nerviosismo extraño. Se queda de pie, apoyado justo al lado de la puerta. Mira a todo el mundo con la mirada de quien pide clemencia. Se empieza a mover por el pasillo, de un lado a otro y vuelve a su posición inicial. De repente se sitúa en el centro y empieza a hablar en voz alta. Expone su situación. Es pobre. Tiene dos hijos y no encuentra ninguna forma de ganar dinero para alimentarlos. Pide excusas y admite que se siente avergonzado por tener que caer en algo tan ridículo como pedir caridad. Pero es su último recurso. La gente lo mira con indiferencia forzada, con piedad, con lástima. Otra gente no lo mira para intentar no sentir lástima ni tener remordimientos al no darle dinero. Él empieza a andar por el vagón parándose en cada persona que parece dispuesta a atenuar su necesidad económica. Agradecido, entrega un paquete de pañuelos a todo aquel que se apiada a él. Si discurso ha resultado convincente, pues gran parte de los pasajeros le ayuda. Una vez finalizada la recogida de dinero, se despide y se baja en la siguiente estación. El silencio vuelve a ser el protagonista del trayecto.

jueves, 23 de diciembre de 2010

SOBRE "LOS CÍNICOS NO SIRVEN PARA ESTE OFICIO" DE RYSZARD KAPUSCINSKI



“Los cínicos no sirven para este oficio”. Una frase a la que acompaña el subtítulo de “Sobre el buen periodismo” que nos contextualiza definitivamente la situación en la que nos encontramos. Se trata de un consejo o una opinión que marca el camino a seguir de cualquiera que se quiera dedicar al periodismo. La puede pronunciar cualquiera (más hoy en día que tanta polémica hay con el periodismo que es ético y el que no lo es), desde el profesor de la más remota facultad de Ciencias de la Comunicación del mundo hasta el periodista más experimentado que decide dejar, si esa es la palabra adecuada, la profesión, pasando por ese estudiante que se acaba de sacar la carrera y empieza a dedicarse plenamente al oficio del periodismo. La puede pronunciar cualquiera, sí, y pueden ser más o menos escuchadas sus palabras. Pero lo que la hace especial, tanto como para que en su día sirviera para titular un libro, es que la pronunció alguien que nunca se dejó llevar por la divagación de la palabra, que tuvo una línea de pensamiento muy clara y que supo transmitirla con siete vocablos bien simples. Y es que esa frase nació de un mito del periodismo: Ryszard Kapuscinski. Es aquí cuando la cosa cambia, pues no la dijo un cualquiera, sino que fue dicha por un buque insignia de la profesión. Por lo tanto como consejo, dada la eficacia que tuvo en su trayectoria, merece ser escuchado.

En esta obra del periodista polaco ya fallecido, en la que se recogen una entrevista hecha por Maria Nadotti, otra realizada por Andrea Semplici y un encuentro que tuvo con John Berger, huele a periodismo. En cada página que el lector absorbe para después dejar atrás cuando la siguiente se abre paso se perciben la experiencia y las conclusiones que de ella nacieron en Kapuscinski. Porque adentrarse en este libro significa abrirle las puertas a una serie de valores que el periodista trata de transmitir creyendo que son los que alguien que se quiera dedicar a esa profesión debe tener. Y todos giran entorno a esa frase que sirve para titular el libro. Porque para Kapuscinski el periodista es un simple fotógrafo de la realidad que se ha de encargar de transmitir historias, de contar lo que pasa en el mundo a aquellos que quieran escucharlo. Pero para poder fotografiar la realidad quienes la protagonizan tendrán primero que aceptar ser fotografiados. Y es ahí donde el cinismo que critica el protagonista del libro no tiene cabida. Es ahí donde, de la mano de la empatía, el periodista ha de buscar la historia, encontrarla y poder ser partícipe en cierta forma de ella para finalmente apretar el botón de la cámara y poder retratar la actualidad. Y también, de la mano de esa misma empatía, sabrá entender lo que el pueblo quiere leer, quiere que le cuenten, y sabrá servírselo en bandeja. Para Kapuscinski hay que ser buena persona para ser periodista. Porque el periodista se hace, se forma de esas historias que retrata y de la gente que luego se interesa en leerlas. El periodista, además, tiene que dar voz a aquellos que ya han aceptado su afonía permanente, a los menos favorecidos. Y en base a ese pensamiento que en las entrevistas que forman este libro Kapuscinski transmitió es como, según él, debe de ser cualquier persona que se dedique a esa profesión a la que tanto amó y se entregó él.

Pueden ser más cuestionables o menos sus consejos y el camino a seguir que marca. Puede considerarse más novedosa o más anticuada su forma de pensar, más o menos romántica o quizás pura utopía hoy día, puede creerse que de sus palabras tan sólo brota prepotencia al identificar “el buen periodismo” y el único modelo válido con su concepción del periodismo, pero lo cierto es que si esa forma de ejercer le valió para llegar a la élite periodística, debe como mínimo servir para replantear todo pensamiento de quien hoy día quiera dedicarse a esta profesión, más allá de las conclusiones posteriores que pueda o no sacar. Y es que, por muchos años que pasen, la atemporalidad de los consejos que Kapuscinski da en las 124 páginas que componen “Los cínicos no sirven para este oficio” es suficiente para que cualquier periodista de este siglo o del que viene se pare un momento a adentrarse en la historia y la forma de hacer del autor polaco, resumidas en este libro de lectura breve y ágil, y se empape de la experiencia del que fue y será un grande del periodismo más reciente.

sábado, 18 de diciembre de 2010

MUEREN



Mueren. Mueren los hombres que un día malgastaron la esperanza que fueron capaces de materializar y ahora no asumen el papel secundario al que se han visto relegados. Mueren los olvidos en ser evocado el presentimiento de un final inesperado mientras nacen los recuerdos de los sinsabores mustios de una época venidera que humedece la punta de las uñas de los dedos de sus pies. Cae la victoria en una sopa de letras en la que se acaba diluyendo, pues se lee en la caras de los caídos que han sido vencidos por el final de los finales y la disolución del último de sus alientos vitales ya es un hecho. Pausados, los restos de amores invernales, de amores fraternales y paternales, yacen en una atemporalidad que les llevará a perder cualquier resto de vida.

Mueren. Mueren y veo como lo hacen lentamente, uno a uno. Mueren aniquilados por la conciencia los caballeros vestidos de ese blanco indiferente que baña sus vidas, con esa satisfacción de cartón a la que se agarrarán cuando ya no vuelvan a poder abrir los ojos más.

Se pierden. Se destruyen los últimos átomos de vida de los cuerpos que un día le gritaron al vivir, de aquellos que supieron entenderla y supieron mostrarle al mundo lo que veían. Desaparecen los que fotografiaron al dolor con una cámara sumergible, los que un día perdieron el norte y aún vivían con la fe inocente de encontrarlo. Ahora sólo queda el eco del desgarre de sus voces aquí apoyado, escurriéndose por mis oídos.

Mueren los sueños. Mueren cuando se rompe el vaso que los contenía y empapan a su paso la mesa, el suelo y las cortinas nuevas. Mueren cuando ya no queda nada ni nadie que los sujete, y se pierden en algún lugar de esa tal atmósfera de la que hablan algunos que ya no se ve con fuerzas de envolvernos. Mueren y nadie se volverá a acordar de ellos, pues nunca existieron, tan sólo fueron algo imperceptible que les marcó la vida, pero que la vida no supo plasmar en la realidad exterior. Muere así la voluntad de resucitar el agitar de un parpadeo que ya ha cesado.

Muere el amor o como quiera llamarse ahora. Muere cuando le pueden las prisas, cuando necesita aumentar la dosis y un tropiezo le parte en dos la cabeza, cuando arde tan alto su llama que su único incentivo después es apagarse. Muere cuando esa última palabra ya no tiene sentido porque no están allí los ojos que han de darse cuenta de cómo se mueven los labios que la pronuncian, ni están allí los oídos que han de ordenarle al cerebro que mande erizar cada uno de los pelos de la propia piel. Muere cuando desperdiciamos esa posibilidad de cruzar nuestras miradas y perdemos el tiempo haciendo que nuestras pupilas divaguen por un cosmos sin sentido.

Mueren las personas y, con ellas, sus recuerdos, lo que sintieron, sus pensamientos, sus complejos y sus ecos, lo que fueron. Tan sólo quedan sus mal contados méritos, un expediente lleno de polvo, cuatro libros que no dicen ni la mitad de lo que quisieron decir, veinte canciones sin voz que las cante, cuatro susurros que dicen que dijo que dijeron y alguna verdad que tal vez nadie quiso escuchar. Todo lo demás muere. De lo que fue no quedará nada y su huella se borrará con la siguiente tempestad. Vendrán otros bastardos que se creerán dioses y descubrirán América una vez más con sus poemas de callejón y su falso underground, desconociendo que otros ya cantaron una vez esas mismas canciones, ya pararon el tiempo con sus voces pronunciando esas letras. No sabrán que otros ya sintieron lo que ellos ahora sienten y que por mucho que lo intentaron no pudieron mantener la boca cerrada, pues si lo hubieran hecho les hubiera estallado el pecho.

Y yo sigo aquí impasible, viendo como más allá de esa maldita muralla no hay nada más. Consciente de que cuando querer y poder se unan y mire atrás de reojo ya la habré dejado olvidada en algún punto remoto de mi pasado y no podré volver donde estoy ahora. Tan sólo si consigo sujetar entre mi mano lo que soy algún día vuelva a encontrar el camino. Pero ahora no veo más allá de esos ladrillos que hay al fondo y lo único que puedo hacer es sentirme satisfecho de no haber caído, de momento, en ninguna trampa del destino.

sábado, 11 de diciembre de 2010

DE TRADICIONES ROTAS


Desde hace 4 años el FC Barcelona luce en su camiseta el logotipo de Unicef. Esta decisión, tomada por la junta presidida por Joan Laporta, ya fue polémica en su día, pues empañaba la hasta entonces impoluta zamarra azulgrana, una de las pocas que aún quedaban sin haber lucido patrocinador en el centro. Como consuelo, el azulgrana podía presumir de lucir el logotipo de Unicef, algo de suma solidaridad que reforzaba el 'Més que un club' con el que el culé llena cada recoveco de su mandíbula, aunque a ese culé de puro en boca que juzga al detalle cada paso que la maquinaria azulgrana da y que se alarma cuando el club decide poner los pantalones de color rojo le pareció un crimen, ya no solo por desvirgar la camiseta del club, sino porque creía que esa decisión venía dada por el fracaso a la hora de buscar un patrocinador de verdad y porque, ya puestos a manchar la camiseta, qué mejor que hacerlo recibiendo beneficios de verdad. Ahora, cuatro años después, el culé ha presenciado atónito como el FC Barcelona ha llegado a un acuerdo con una misteriosa fundación de Qatar que le reportará unos beneficios que irán de los 30 a los 35 millones de euros anuales. Como se esperaba, el logotipo de Unicef sólo sirvió para mentalizar al aficionado azulgrana de cara a un futuro patrocinaje real que ayer se materializó. El club azulgrana anunció en su web que ha llegado a un acuerdo con la Qatar Sports Investment. Pero, ¿qué es esta asociación? ¿de dónde sale? El diario Mundodeportivo se encargó ayer de explicarlo en sus páginas. Se trata de una fundación que tiene la función de educar, investigar y desarrollar y que se centra en el progreso de la sociedad qatarí. Un patrocinador, pues, que sigue estando a la altura de ese 'Més que un club' tatuado en corazón azulgrana. Pero el culé, al que se le ha quedado ahora cara de tonto por mucho que se lo imaginara, no ha tardado en agarrar la maza que lo convierte en juez de la actualidad del club presidido por Sandro Rosell. Porque ahora se ha confirmado el hecho de que Unicef se alejaba de ser una medida solidaria y altruista y la camiseta azulgrana será realmente patrocinada por primera vez, siendo prostituida una vez ya desvirgada. Y el problema ya no sólo es que sea patrocinada sino que el culé no haya tenido ni voz ni voto en una decisión que rompe con una tradición muy arraigada en su conciencia. El aficionado más joven, ese que se alimentó durante su infancia del biberón de la victoria y que creció ganándolo todo y del que tanto se está hablando ahora por su papel en el Camp Nou a la hora de animar, que rompe con la fama del aficionado azulgrana de no hacerlo a no ser que el equipo le de pie a ello, lo asume como una decisión normal y provechosa que permitirá sanear la economía del club y tener más poder adquisitivo en el mercado de fichajes.

Yo, lejos de ubicarme en una de estas dos corrientes, creo que Sandro Rosell, en su primera decisión de cierta importancia desde que es el presidente del club, ha faltado al respeto al aficionado al no habérselo consultado. Además, la procedencia de esta fundación qatarí me parece bastante dudable pues, por mucho que hablemos del dinero que del petróleo nace y que en petróleo se convertirá, ¿qué fundación solidaria decide gastarse 30 millones de euros anuales en patrocinar?

jueves, 9 de diciembre de 2010

NASCERE LIBERO, MORIRE LIBERO


Libertad: Ocho letras que se deshacen, que se difuminan más y más a medida que mi vista se va concentrando en ellas conforme mis pupilas, repletas de la curiosidad y la voluntad que surgen del autoanálisis, van formando un río que recorre la tinta que las compone hasta ser conducida mi mente a una abstracción absoluta que la lleva a transitar por mi interior, localizando, al final del viaje, ese punto en mi corazón que se estremece al ansiar materializar el concepto al que evocan. Es entonces cuando intento que penetre en cada poro de mi cuerpo toda connotación que se relacione con ella y que, al respirar hondo, no sea ya oxígeno lo que respire, sino el aire que nace de la autodeterminación vital.

Hallar la libertad significa deshacer cada alfiler que se encuentra clavado en mi mente desde mi nacimiento, cuestionar por qué se encuentra ahí incrustado y tener la opción de decidir si lo idóneo es que continúe ahí. Y al final del viaje, tener el poder de actuar sin responder ante nada ni nadie, con la seguridad de que lo que hago nace de la coherencia y de decisiones bien maduradas. Es entonces cuando podrán ser eliminadas las barreras, las cargas que me fueron impuestas un día, si esa es mi voluntad final, o podrán seguir ahí, pero siempre cuestionándome su porqué. Su búsqueda da sentido a mi vida junto a la consecución de la felicidad, siendo un punto cardinal de mi brújula vital.

Sé que la conclusión, al final del camino, será negativa. Jamás la encontraré, pero no tendré otro remedio que pasarme la vida intentándolo. Es algo innato, pues se trata de la búsqueda de aquello de lo que procedo, de algo de lo que ya dispuse antes de existir incluso. Fui libre antes de tomar forma en un cuerpo de humano, antes de materializarme. Formó parte de mí pero la perdí tan rápido que necesito volverla a experimentar. Y ahora está en mi subconsciente, destrozando todo lo que encuentra a su paso con la ira del encarcelado inocente, mordiendo con las muelas del juicio los barrotes que le impiden liberarse.

Y es que soy fruto de la libertad, y como causa primera de mi existencia le debo la consecuencia de todo acto que lleve a cabo. Procedo de la libertad de esos espermatozoides que viajaron en manada en la conquista de un óvulo y que gozaron de un efímero viaje en el que absorbieron la libertad a bocados en su transitar por la matriz femenina hasta que el más listo de la clase, en el orgasmo de esa libertad, justo antes de que esta se diluyera, llegó a su objetivo. El único espermatozoide que pudo cumplir con éxito su misión y que se deshizo de la agonía de la inexistencia con suma agilidad sacrificó su autonomía para contribuir a mi engendramiento. Y es que ese espermatozoide vencedor y el óvulo fecundado pactaron perderla para unirse por el bien de un objetivo superior a cualquier otra cosa: la vida. Conscientes de la gran merma que supondría este acto se fusionaron por algo que estaba más allá de su poder de decisión. Y de ahí nací yo, y fue entonces cuando entré en acción, como ser nulo y etéreo, plenamente dependiente de esa cuerda que nos sostiene a todos a la vida durante nueve meses. La libertad se vio ahogada en el líquido amniótico de mi placenta materna y se dedicó a vagabundear cadavérica por allí, como un concepto ya olvidado e inerte, como un recuerdo que almacenas en una caja que acaba llena de polvo en el almacén de las nostalgias agrietadas.


En ese contexto me formé y, a los nueve meses, traté de recuperar la libertad descendiendo por el tobogán de la vida, en un acto en el que florecieron mis ansias olvidadas. Volví a ser libre e independiente, desconocedor de lo efímero de mi sentir, pues a la mínima que me confié, cuando creía que sería algo definitivo, al haber absorvido ya la luz que había al final del túnel, cuando estaba bañándome ya en el barro de la vida, me encontré envuelto en unas manos que insistían en sostenerme y en demostrarme que estaba equivocado, que no era libre y que sólo podría sobrevivir si seguían sosteniéndome. Y, antes de tener tiempo para asimilarlo, desgarrando las cuerdas vocales pariendo un llanto iracundo y desconsolado que sólo buscaba comprender, me vi conectado al saliente de la vida con la inmovilidad como único quehacer, pues fue mi condena y mi remedio. Pero la melancolía ya había nacido por entonces y supo ser paciente sujetando el recuerdo de la libertad pretérita, manteniendo su semilla en mí. Crecí viendo como despertaba cada vez más en mí esa ansia. Empecé a levantar el cuello cuando apenas podía moverme para mirar lo que me rodeaba y empezar a analizarlo, harto de ver tan sólo lo que me estaba permitido. Empecé a moverme, a desenvolverme libremente, gateé y mis piernas empezaron a guiar mi devenir. Más la represión siguió ahí, saltando de mi mano izquierda a mi mano derecha, aprisionado en otras manos más grandes que se creían con capacidad para saberme guiar. Pero con la mano que conseguía conservar libre empecé a palpar la textura del aire. Y me enamoré. Después esta fue liberada también, o la represión disminuyó cuando la permisividad hizo acto de presencia, tan sólo viendo comido su territorio cuando según qué situaciones para las que supuestamente no estaba preparado se daban.

Y conforme mi psique y mi físico siguieron creciendo, lo hizo también la pretensión de hallar más libertad, mas esta se vio en peligro con la aparición de según qué obstáculos que el camino se encarga de colocar estratégicamente. De repente, sin comerlo ni beberlo y sin la dosis necesaria de conciencia para desearlo, me vi inmerso en un sistema que me reprimía, que apagaba mis necesidades por un supuesto buen motivo que yo no lograba comprender, para inyectar en mí educación y valores morales, para crear mi yo del futuro. Con el tiempo llegué a la conclusión de que esa inyección era necesaria en mayor o menor medida, como cualquiera que me pudieron poner para prevenir enfermedades varias, pero en ese momento no tuve la mentalidad necesaria que requería el llegar a la conclusión de que más allá de la libertad reprimida hay algo. Sólo supe notar el dolor del pinchazo, nada más.

Como único objetivo sólo pude marcarme el seguir creciendo y subiendo por la escala educativa, pues cuantas más escaleras tenía que subir para llegar a mis cámaras de gas particulares, de más libertad disponía. Poco a poco fui comiéndole terreno a los dictadores queriendo cada vez más. Empecé a ver que, más allá de la libertad para actuar por la que no cesaba de luchar, existía también la libertad de pensamiento. Era algo que estaba ahí y que me llevaba a hacer lo que hacía, el porqué de todo, pero no había conseguido localizarla. Y fue así como supe ver que toda esa negatividad que se creaba en mí por determinadas decisiones que me privaban de algo por una causa más o menos lícita tenían una causa y un fin. La curiosidad de la que nacían las preguntas incesantes que me inundaron durante épocas más tempranas se volcó en cuestionar entonces todo aquello que había sido implantado en mí y que hasta entonces había absorbido sin ningún tipo de filtro. Mas aún no estaba preparado para sacar conclusiones demasiado firmes, de esas que habrían de guiar el resto de mi vida para construir lentamente mi camino, y escribí panfletos de plastilina que sirvieron para empezar a quitar la niebla de mi camino.

Adrián Vizdomine, mayo 2010

 
Y la libertad aumentó. La empecé a conocer en primera persona, olvidando lo que me habían dicho de ella y sacando mis propias conclusiones. Nuevos actos, nuevas formas de asumirla o evocarla nacieron de mis manos y apologicé sobre ella sin ningún tipo de complejo. Y vi como los de mi alrededor buscaban en la cultura y en la sociedad elementos que les ayudaran a luchar también. Presencié como algunos empezaron a fumar. Así se sentían más mayores, y sentí ese acto como realmente ridículo pues su causa parecía estar escrita en papel de servilleta, pero después entendí que, más allá de lo criticable que puede ser teniendo en cuenta la propia salud, más allá de ser un pasaporte a la muerte, fumar va de la mano de la libertad. Al fin y al cabo, es absorberla. Encender un cigarro es encender la voluntad de luchar por algo más que presientes pero que aún está por llegar. Dejar que penetre en ti el humo, que te inunde hasta que el pecho se estremezca y dejarlo salir, expulsarlo junto a toda la negatividad que se lleva consigo, y ver como lentamente se expande por el azul del cielo y se diluye en él, como tantos sueños de cristal que expiras esas noches en las que dormir es un sueño y los sueños huyen de ti, como las cuentas pendientes que brotan del muerto en su último aliento. Y dejar que la vida siga su curso, disfrutando de ese momento como si te fuera en él la vida. Se trata de metaforizar la libertad. Algo que es capaz de unir al  rico y al pobre, al negro y al blanco, al joven y al moribundo, al gay y al homófobo o al guapo y al estropicio más grande que una determinada combinación de genes se haya propuesto crear tiene que tener algún tinte de libertad, algo más allá de la simple adicción física, de lo políticamente incorrecto.

Y fue entonces cuando, anonadado por la magia del humo, con un pulmón en la mano y con el corazón roto en la otra, escuché esa maldita canción que me invadió hasta tal punto que se formó un discurso bidireccional asombroso en el que parecía estar contándole a tal autor mi vida y él me la decoraba de palabras y de ritmos y me la devolvía para cantármela al oído susurrándome el dolor que nos unía para que se apaciguara. Y me di cuenta de que libertad también era música. Las melodías de la libertad, de la evasión, de las situaciones en las que sólo estoy yo, mi pensamiento y mis ganas de volar, y mi dolor a flor de piel, y mi felicidad aún por llegar...

De su mano apareció la lectura y las palabras rotas que todo lo unen, las palabras unidas que todo lo rompen, las frases que estremecen, los textos que adelgazan las ganas de proliferar en otros modos de vida que se olvidan del complemento del nombre que precede a la subordinada nominal.

 

Y las siguieron la vestimenta y un sinfín de aspectos más, aunque nunca entendí a quienes la limitaron a una forma de manifestar los grupos de música que idolatraban o su ideología, pues su esencia reside también en esconder y evitar caer en lo aparente y deducible, siempre apelando a la coherencia, claro está. Y otros encontraron en el graffiti y demás elementos de la cultura underground una forma de luchar para que la huella de los de mi generación fuera imborrable, pues para subir el listón de generaciones anteriores. Otros se refugiaron en esas asociaciones encargadas de defender determinadas ideologías y derechos, pero tampoco los entendí, pues encontré su lucha vana e hipócrita porque siempre han caído en el error de encarcelar la libertad en su ideología sin dejar que se abra a otras alternativas.

Y fue así como fui formando un corpus que me llevó a asumir la vital importancia del ego y su vigencia en mí. Los implantes de cianuro consecuencia de la educación me llevaron a cuestionarme determinados valores morales y el significado de los matices de según qué conceptos. Desde pequeño me enseñaron que el egoísmo es malo, que hay que compartir, que hay que defender lo bueno y castigar y rechazar lo malo. Intentaron que perdiera la conciencia de mí mismo, que se viera reducido mi yo, que no fuera el máximo exponente de mi conciencia en el mundo exterior. Pero entendí que si algo se alejaba de lo que debe ser considerado negativo es el egoísmo. Supe apreciar su presencia incuestionable en toda cabeza humana, desde la más altruista a la más narcisista, como algo obligatoriamente innato. Supe ver que lo bueno y lo malo no existen, que todo es subjetivo y depende del juicio de ese ego, y a partir de ahí todo lo que había derivado de la previa catalogación fue corregido. Todo acto pasó a depender del énfasis que le di al ego, por más visible u oculto que fuera su trasfondo, a su poder de absorción, a su necesidad de expandirse e interactuar. Incluso cuando amaba, proceso en el hay un punto de entrega máxima y del propio bienestar, que es entregado en una bandeja de plata a la otra persona, estaba siendo egoísta pues, en la búsqueda de la felicidad propia surge la necesidad de notar el aliento de alguien que encaje con cada tejido de mi cuerpo, que me envuelva. Parece producirse esa entrega desinteresada, ciega y absoluta, pero no deja de ser una entrega que nace del sentimiento hacia esa persona, de un sentimiento propio y de su necesidad por verse correspondido. Si ella no te quiere, no te sirve de nada quererla y acabas olvidándola y, cuando se trata de sentimientos no correspondidos, por mucho que tarde la conclusión en llegar a causa del suero de la esperanza, acabamos forzándonos a olvidar por nuestro propio bien, porque nuestro ego se está resquebrajando y no puede ser bueno.



Llegué también con los años a la conclusión, al permitírmelo el contexto y deshacerme de los prejuicios con habilidad, de que no existía ninguna moralidad. Aquello que intentaron que mi retina rechazara tenía tanto de suculento que, al ser experimentado me permitió llegar a la conclusión de que los prejuicios que no han pasado por el filtro de la experimentación tan sólo sembraban pura mezquindad. Supe apreciar que el consumo de según qué sustancias mal valoradas socialmente y consideradas ilegales estaba demasiado sobreestimado por la gran leyenda acerca del concepto que hay, basada en mitos nacidos en habitaciones cerradas con llave, y que todo formaba parte del gran tiquismiquismo que afecta a la sociedad en la que vivimos actualmente. Siempre supe mantener la supremacía de la propia conciencia, compenetrándola con el punto de libertad mental que determinadas sustancias son capaces de otorgarle. Nunca las convertí en un pilar vital, pues si se hubieran convertido en una prioridad y me hubiera ahogado la necesidad, hubiera ido en contra de mi propia vida y hubiera ido de cabeza a la autodestrucción. Vi el error en aquellos que en su día buscaron la piedra filosofal, pues vivir más no significa alargar la edad humana, sino alargar cada instante al máximo. Y traté de eliminar el prejuicio de que sólo el camino de la pureza física es el válido para ser alguien a quien la sociedad le otorgue la magnífica consideración de “ser de provecho”.

Y después, todos esos elementos encontraron su vía de escape, el cráter por dónde estallar y bañarlo todo cual Edna enfurecido. Porque para encontrar la libertad también hay que expresar la necesidad existente de poseerla y supe que jamás me callaría, que toda palabra que llamara a mi puerta tendría su pequeño renglón en medio de cualquier párrafo perdido para exponer a viva voz su significado.

Pese a todo, supe ver en quienes ya habían andando el pedregal que un día tendría que elegir entre seguir buscando la libertad y luchando por conseguirla, lucha en la cual perdería la vida, o ceder, desistir y quedarme con la parcela de libertad que me fuera otorgada. “A veces hay que elegir y pasarse una vida luchando no es la mejor opción, y adaptarse es ingenioso” -me dije. Porque morir entregado a una causa es de necios. Me creí camaleón y me adapté, creyendo que la sociedad jamás se interpondría de una forma demasiado peligrosa en micamino. Pero cuando vi los tintes burgueses de mi discurso abrí los ojos gracias a la estructura social que tanto acoge a quienes la componen. Y fue así como a leyes que consideraba antidemocráticas como las antidroga, se sumaron la ley que prohíbe las corridas de toros en Cataluña o la próxima ley del tabaco que entrará en vigencia el próximo mes de enero. Porque reitero que un político jamás ha de encaminar a su pueblo, sino que ha de manifestar su deseo directo. Desconozco cuánta gente está a favor de las corridas de toros en Catalunya, pero no son pocos. Que sea una tradición que personalmente considere ridícula y absurda y que creo que está condenada a desaparecer no significa que apoye su prohibición, pues esta tiene tintes dictatoriales desde el momento en que se opone a esa parte de la población. De todos modos, el odio hacia las corridas de toros y derivados, nace del acto egoísta de la empatía, de ver el sufrimiento en los ojos del animal, reflejándonos a nosotros mismos sufriendo si estuviéramos en su lugar. Nada más, no vemos realmente al animal, ni a lo que compone su interior, ni a sus presuntos sentimientos. Todo es fruto de una moralidad excesivamente quisquillosa que se está empezando a imponer, formada por una sensibilidad desmesurada e hipócrita en según qué aspectos. Respecto a la ley antitabaco, y aquí sí que me puedo acoger a estadísticas, pues más de 1.100 millones de personas fuman, desconozco cuántos de ahí son españoles, pero dudo que sean pocos. Hacer una ley que se oponga a ese número de personas es aún más dictatorial, por no hablar del satanismo al que se está relacionando el acto de fumar como si fuera un acto criminal, todo fruto de los estereotipos actuales.

De la misma manera vi otros muchos actos que intentaban impedir la libertad que tratamos de desarrollar. La libertad absoluta de decisión, de disponer, de hacer, de ejercer siempre que no se apele a la incoherencia ni se olvide que el fin es la felicidad. Qué menos, por ejemplo, que poder decidir si abortar o no libremente. No se trata de jugar a ser Dios, porque nadie juega cuando se trata de una vida pero, ¿por qué Dios tiene el poder de acabar con una vida? Se trata de decidir sobre algo que influye exclusivamente a la persona que se ve en esa situación y es tan ilícito acabar con una vida como deteriorar la propia vida por un embarazo o una paternidad no deseados.

Y así fue como seguí forjando el asesinato de ese maldito pinchazo que nace en el pecho cuando sentimos que tratan de desviar nuestra dirección en el camino de la vida con el pretexto de falsas morales y de valores universales que de nada valen cuando es analizada su raíz. Cuando la disponibilidad es absoluta, la libertad deja de ser un sueño para ser una realidad, para tomar forma y cuerpo, para que hinquemos los dientes y las uñas en ella y no nos soltemos jamás a no ser que se nos rompan de las patadas que nos den en la boca y nos quedemos a medio trayecto.


La libertad se expande, se contrae, mas se nota su presencia en el murmullo incesante de las gentes. Del silencio tenebroso de las conciencias calladas surge el impulso de sentir la bocanada libre de ausencia vital. Complacerse del objetivo cumplido, sentir presente lo vivido, eliminar barreras, aplicar quimioterapia a según qué cáncer social. La libertad no calla, resiste sin ser exterminada, como lacra de los que redactaron el discurso, aniquila las espinillas de un mundo reacio a observar. La subjetividad es evidente y el motor vital de cada uno la guía en su camino a seguir. El conformismo hubiera sido una gran opción si no me hubiera sido vetado, si hubiera preferido vivir atado como pájaro enjaulado, como borrego, bien enseñado y educado, amamantado de valores, idolatrado por mentores de la nulidad mental. Se expande, su estela sólo deja un regusto dulce inmejorable, y una sensación incesante de seguridad de un devenir agradable, de certeza de estar guiando bien mi caminar. El triunfo del latir por encima del bombear del tic-tac se erige como realidad. Desaparece, pues, la preocupación, pues el mar está preparado para recibir al vencedor. Desaparecer fue el sueño del fracasado, la pesadilla del triunfador, la última opción del creador.

viernes, 3 de diciembre de 2010

EFERVESCENCIAS


En el mundo de la histeria huele a miseria caduca de otra época y a basura putrefacta de reciente defunción. El paisaje se compone de ruinas y de recuerdos, de heridas y de besos tan eternos que ni quisiera existieron en el tiempo. El cloroformo no hizo efecto. La chamuscada receta del olvido tampoco funcionó y las evocaciones empezaron a gritarle y a pedirle justicia a la soledad. Las cosquillas en el tórax y otras demencias febriles ya quedaron atrás y en el huerto de la vida planté nuevas semillas para conseguir el único remedio contra ese recuerdo que no se quería marchar: un recuerdo más reciente, capaz de quitarle sus privilegios y sus ventajas estamentales a los anteriores y de desviar el protagonismo que acaparaban hacia otro lugar. Limpié las colillas del cenicero para que, al verlas, no vinieran a mi cabeza escenas de penetrante onda expansiva, y evitar así que el humo que se desvaneció tras fumarme el cigarro que un día fueron no volviera a arrancar de mi pecho sollozantes lamentos, y conseguí desmenuzar los recuerdos que no se fugaron por la puerta de atrá, limpié los restos de ceniza rota que se resignaban a emigrar. Me corregí y me reparé y en los negocios me fue bien con la industria en auge del dolor imantado. Borré todo lo almacenado sujetando con la punta de los dedos de mis manos lo más esencial, pues me hubiera convertido en materia inerte si hubiera decidido obviarlo. Y así fue como mis ojos mendicantes encontraron un destello y el deslumbre de un plebeyo de la felicidad me hizo creer que dos tupidas apariencias habían conectado en un mundo al que después me di cuenta que jamás podría llegar. Y en mi pataleado palpitar bombeé toda desgracia, la esparcí por mis venas y arterias y logré poderla expulsar.

El tiempo se acomodó demasiado hasta dejarse ver por allí. “Quise con el corazón” hubiera sido un pleanismo barato si no me hubiera atrevido a controlar las reprimendas de mi conciencia, que recorrieron mi cabeza para encontrar el punto por dónde hacerla estallar. Pospuse mis planes de abstenerme a continuar. Requisadas ya las tendencias suicidas restituí la ley del más fuerte en mi moral y me comí hasta los huesos de todo aquel al que tuve que pisar. Y tras años en mi sótano abandonado subí las escaleras y abrí la puerta. Al ver lo que había al otro lado ya no pude volverla a cerrar. Así que ya extinguido mi mundo tifoideo aparecieron inquietudes más destructivas aún, más la firmeza del deseo y la certeza de cumplirlo me llevaron a seguir el rastro del camino predeterminado y se trasladaron las preocupaciones allí donde sí querían escucharlas. Y lo que en principio había sido una firme y dictatorial decisión de la censura existencial pasó a ser en una decisión unánime de los sentidos, y fue el viento el que me empezó a guiar. El virtuosismo del destino se puso de manifiesto una vez más al saber encajar piezas tan alejadas de este puzzle vital. Y empezaron a zumbar las avispas de la colmena del esdrújulo sentimiento innato que ya había reprimido demasiado tiempo sus ganas de hacerse notar.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

TRIUNFO EN LAS URNAS, MUERTE SÚBITA EN EL TERRENO DE JUEGO

Artur Mas

La desesperanza y el desengaño aparecieron más punzantes que nunca el domingo, día en el que CiU, de la mano del todopoderoso Artur Mas, se proclamó vencedora de las elecciones al Parlament, muestra de que la derecha tuvo una jornada triunfal, dado que el Superpepé de Alicia Croft y Ciutadans ganaron también más peso, por no hablar de los minutos de escrutinio en los que el PxC del mesías de la xenofobia, Josep Anglada, contaba también con algún diputado. Pero no, no fue una aparición inesperada la de esos dos sentimientos. Ya se encontraban hace días e incluso meses en la barrera que hay entre el subconsciente y el consciente colectivo luchando por salir, por advertir a la sociedad catalana de que su dedo índice estaba acercándose peligrosamente al gatillo de una pistola que estaba sujetando sin darse cuenta y que apuntaba directamente a su cráneo. Hablar hoy del resultado de las elecciones me llevaría a titulares recurrentes, a evocar al grande de la literatura Gabriel García Márquez y a tirar de tópico para colocar estratégicamente mis palabras de forma que me llevaran a titular este saco de ideas con un “Crónica de una muerte anunciada”. Pero no, hoy no me apetece.

En la política siempre se corre el riesgo de entregarse a una ideología determinada. Yo hace tiempo que me olvidé de ambos conceptos y de los culebrones que derivan de ellos, pues no conducen a ningún lugar. Simplemente me entrego a quien sé que va a luchar para que mi día a día mejore y para que cada vez los míos y yo podamos acercarnos más a la libertad. Tiré a la basura los panfletos de aquéllos que creían que acumular los votos de la mayoría de la población significaba tener el poder de guiarlos, de conducirlos y de decidir por ellos, de tomar decisiones que perjudicaban a la población sin previa consulta, sin darse cuenta del tinte dictatorial de su discurso. El problema es que el resto de la población no lo hizo y ha decidido confiar en quien dudo que se encargue de darle las alas que merece. Pero no queda otra que esperar que así sea. La victoria de CiU es la victoria de la coherencia. Tras el desgaste del PSC después de las dos legislaturas en las que ha permanecido en el poder y el choque de egos de una izquierda fragmentada en exceso, además del protagonismo que ha tenido en la campaña electoral una independencia que la mayoría de la población no quiere, motivo por el que su proclamación sería puro fascismo, CiU era el único partido, probablemente (estas líneas cada vez huelen más a resignación) cuya victoria fuera adecuada .Por lo tanto, y dada la insistencia del pueblo catalán desde 2003 (la misma insistencia que PSC, ERC i ICV mostraron en proclamar su hipocresía a viva voz al formar el Tripartit –más aún en formar una coalición liderada por José Montilla-) en que Mas venciera, merece la oportunidad de gobernar. El programa del vencedor, pese a algún aspecto de dudable lógica como una eliminación de la Semana Blanca que no haría más que marear a aquellos que formamos el sistema educativo, está cargado de buenas intenciones y de buena voluntad. La CiU de Artur Mas pretende emular a Euskadi y hacer que Catalunya recaude sus impuestos retornando una parte al Estado y reducir la aportación ca las comunidades menos favorecidas, algo de necesaria inmediatez para sus arcas. Pretende, también, reducir el índice de paro (algo que suena tan bonito como utópico), la propia gestión de las infraestructuras, la cuadruplicación de las líneas ferroviarias de acceso a Barcelona, reducir el 20% del personal de la Administración y disminuir el fracaso escolar. Un programa más o menos correcto si no se queda en pura palabrería y se lleva a cabo, aunque su viabilidad podría ser considerada de dudosa echando mano de la generosidad adjetival. Sin embargo es totalmente imprescindible otorgar un voto de confianza durante los cuatro años que le corresponden a Mas para que lleve a cabo todas las medidas prometidas. Es mi obligación. Es nuestra obligación como catalanes.




Más allá de esto, que ya ha bombardeado demasiado las retinas y los oídos de los ciudadanos, quedan los resultados de la derecha. Provoca tristeza que todo aquello que tenga relación con el racismo, la xenofobia o con posturas opuestas a la inmigración pueda ser calificado de populista y sirva para recaudar votos. Que un PPC más atado por el PP de España que nunca, y que se ridiculizó a sí mismo con el videojuego que tantas ampollas levantó hace semanas, obtenga tantos votos es una noticia que da que pensar. Que un Anglada que no ha parado de vomitar su doctrina en la cara de los inmigrantes tuviera, por un momento, más de un diputado en el Parlamento, también.

Y es que la derecha ha vuelto, tan oportuna como siempre, tras haberse encargado, como de costumbre, de ir borrando uno a uno los recuerdos de la sociedad, esos recuerdos que nacieron de hechos y de conclusiones que llevaron al pueblo a dispararle en la cabeza a la gaviota años atrás. Ahora parecen un partido maravillosamente renovado, fresco y adecuado para liderar a la España de las injusticias y de las desgracias, tan maltratada por el PSOE de Zapatero. Y la gente, pese a la crisis, tiene suficiente dinero como para comprarles la moto. Y es que todos sabemos que cuando Franco vivía todo iba… mejor.


Barcelona-Real Madrid


Mientras tanto el fútbol respondió a todos aquellos que aún hoy no entienden el porqué de su consideración como recurso de forma de evasión gracias al juego que el FC Barcelona fue capaz de desarrollar durante los 92 minutos en los que la pelota rodó el pasado lunes por el Camp Nou en "El Clásico de los Clásicos". Un equipo azulgrana que parece tener un agujero negro en los intestinos, que hace que nunca sea capaz de saciar su hambre y su sed de victoria, arrolló de una forma que se ha convertido en habitual desde que un buen día Guardiola decidió capitanear desde el banquillo el club que ya había capitaneado desde el césped. Y el aficionado culé se llevó otro resultado histórico que coleccionar en su memoria.

Y es que el Barça estaba muerto. Parecía haber dejado de existir desde que, en una jugada maestra, don Florentino Pérez eligió con su dedo de hierro a José Mourinho como entrenador del proyecto definitivo que le iba a permitir acabar con los de Guardiola para siempre y lo dotó de la mejor plantilla de la historia formada por los hombres perfectos, los elegidos. Sin embargo, en un mundo tan surrealista como el del fútbol, hasta resucitar es posible, y ayer el aficionado al fútbol lo pudo comprobar. Aunque todo aquel que siga mínimamente a los azulgrana era sobradamente consciente de que el equipo, pese a un comienzo algo flojo, continuaba en la línea de los años anteriores, siguiendo un camino ascendente en el que a día de hoy empieza a no verse límite, teniendo en cuenta que la adaptación de Villa está siendo mucho más rapida y mejor que la de Ibrahimovic.



Mourinho en el Barcelona - Real Madrid


Y es que cuando el fútbol habla, no deja nada a medias tintas. La pelota, dotada de increíble criterio, siempre se deja querer y sabe ver con quién debe tratar, quién merece el honor de acariciarla y conducirla hacia el fondo de la red superando todo obstáculo extra-futbolístico que le salga al paso. Y así fue como, con un fútbol apabullante, el FC Barcelona supo superar a un Madrid que no apareció en ningún momento, que no fue capaz de crear ni un '¡Uy!' de preocupación en el aficionado azulgrana y que se vio totalmente dominado por los de Guardiola. Como acostumbra a hacer, y no recorro a la demagogia fácil de un culé cegado, el Real Madrid usó sus recursos habituales, que quedan muy lejos de la excelencia y del talante de ganador de los que han presumido y aún hoy día presumen, por muy poca base real que ambas supuestas virtudes tengan. Y así fue como las patadas, las protestas, la agresividad y la prepotencia borreguil fueron la única manera mediante la cual el aficionado viera alguna camiseta blanca asumiendo el papel de protagonista. La impotencia es lo que tiene.