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viernes, 3 de diciembre de 2010

EFERVESCENCIAS


En el mundo de la histeria huele a miseria caduca de otra época y a basura putrefacta de reciente defunción. El paisaje se compone de ruinas y de recuerdos, de heridas y de besos tan eternos que ni quisiera existieron en el tiempo. El cloroformo no hizo efecto. La chamuscada receta del olvido tampoco funcionó y las evocaciones empezaron a gritarle y a pedirle justicia a la soledad. Las cosquillas en el tórax y otras demencias febriles ya quedaron atrás y en el huerto de la vida planté nuevas semillas para conseguir el único remedio contra ese recuerdo que no se quería marchar: un recuerdo más reciente, capaz de quitarle sus privilegios y sus ventajas estamentales a los anteriores y de desviar el protagonismo que acaparaban hacia otro lugar. Limpié las colillas del cenicero para que, al verlas, no vinieran a mi cabeza escenas de penetrante onda expansiva, y evitar así que el humo que se desvaneció tras fumarme el cigarro que un día fueron no volviera a arrancar de mi pecho sollozantes lamentos, y conseguí desmenuzar los recuerdos que no se fugaron por la puerta de atrá, limpié los restos de ceniza rota que se resignaban a emigrar. Me corregí y me reparé y en los negocios me fue bien con la industria en auge del dolor imantado. Borré todo lo almacenado sujetando con la punta de los dedos de mis manos lo más esencial, pues me hubiera convertido en materia inerte si hubiera decidido obviarlo. Y así fue como mis ojos mendicantes encontraron un destello y el deslumbre de un plebeyo de la felicidad me hizo creer que dos tupidas apariencias habían conectado en un mundo al que después me di cuenta que jamás podría llegar. Y en mi pataleado palpitar bombeé toda desgracia, la esparcí por mis venas y arterias y logré poderla expulsar.

El tiempo se acomodó demasiado hasta dejarse ver por allí. “Quise con el corazón” hubiera sido un pleanismo barato si no me hubiera atrevido a controlar las reprimendas de mi conciencia, que recorrieron mi cabeza para encontrar el punto por dónde hacerla estallar. Pospuse mis planes de abstenerme a continuar. Requisadas ya las tendencias suicidas restituí la ley del más fuerte en mi moral y me comí hasta los huesos de todo aquel al que tuve que pisar. Y tras años en mi sótano abandonado subí las escaleras y abrí la puerta. Al ver lo que había al otro lado ya no pude volverla a cerrar. Así que ya extinguido mi mundo tifoideo aparecieron inquietudes más destructivas aún, más la firmeza del deseo y la certeza de cumplirlo me llevaron a seguir el rastro del camino predeterminado y se trasladaron las preocupaciones allí donde sí querían escucharlas. Y lo que en principio había sido una firme y dictatorial decisión de la censura existencial pasó a ser en una decisión unánime de los sentidos, y fue el viento el que me empezó a guiar. El virtuosismo del destino se puso de manifiesto una vez más al saber encajar piezas tan alejadas de este puzzle vital. Y empezaron a zumbar las avispas de la colmena del esdrújulo sentimiento innato que ya había reprimido demasiado tiempo sus ganas de hacerse notar.

1 comentario:

Xènia dijo...

Deu ni do jose... Me molan tus paranoias!