Han muerto los callejones que escondían en su sino la puerta trasera al inframundo canónico. Han muerto las puertas agrietadas repletas del olvidado recuerdo de algún harapiento transeúnte con un spray en la mano. Ha muerto la íntima oscuridad. Ha muerto la gente, esparcida aleatoriamente en grupos espontáneos que intentaban debatir sobre su día a día. Han muerto las críticas al Olimpo. Ha muerto la abstracción. Ha muerto el misterio de las nubes de humo que acechaban esa grieta que nunca existía de un techo cualquiera. Han muerto los six pack video puta, las odiseas en busca de algún mechero o de algún cigarro. Han muerto el placer y la evasión y con ellos la satisfacción de escupirle humo a la vida anonadado por esa canción que hacía rato que pedías con la gustosa cortesía de la cerveza en la garganta. Han muerto el ruido, los gritos y su asombrosa capacidad de permitir que te adentraras más en tu mundo propio y en el de los tuyos. Han muerto las colillas en el suelo. Han muerto los agujeros negros de los ceniceros. Han muerto también esas conversaciones de ebrios que han perdido la fe que le profesaban a la vida y la maldicen como si esas palabras fueran la última bala de la que disponen. Han muerto las comunidades de desconocidos hermanados por algún ilógico motivo. Ha muerto el rock’n’roll de la misma manera que lo han hecho el indie, la electrónica o el post-rock en el mayor genocidio musical de la historia. Ha muerto la libertad un poco más bajo la imposición de una ley absurda que carece de sentido y que se basa en la canonización de un colectivo por simple tendencia sectaria. Ha muerto el poder de decisión. Ha muerto el olvido y no ha querido caer solo. Han muerto los antros. Los han asesinado las leyes dictatoriales de un gobierno primitivo. Los han asesinado los que creen que salir de fiesta o a tomar algo y volver con olor a tabaco es un drama insuperable. Los han asesinado los que miran los toros desde la barrera y creen tener poder para opinar, y no sólo eso, creen que sus opiniones son las adecuadas. Los han asesinado los que, en lugar de considerar que fumar es tan respetable como no hacerlo, creen que la última es la única postura válida y que todo el que fuma está controlado por alguna especie de ente mundial que lo teledirige. Y los han asesinado, también, aquellos fumadores que han colgado sus cartones de tabaco y han cedido por la presión sin considerar la posibilidad de resistir. Ahora su lugar lo ocupan unas salas limpias y con buen olor en las que el humo ya sólo es un vago recuerdo, como también lo es la gente que antes las llenaba y que ahora se dedica a fumar fuera resignada. Sí, sé que fumar puede matar. Sé que fumar mata. Pero me gusta.
5 comentarios:
Tanto cambio no puede ser bueno.
Y, como de costumbre, la imagen es horripilante.
Aun así, MANCANTAA
Han muerto todas esas cosas y más... y es triste la verdad... muy triste. Ya no se respira el mismo ambiente en los sitios y se echa de menos. Un saludo!
Tan desconcertante como jugar al póker por internet
Grande Jose, estoy totalmente de acuerdo. Fumar no es sólo un vicio, es mucho más que eso, me arriesgaría a juzgarlo como una forma de vida, que me define y me identifica como persona de la misma que forma que me identifico con mi familia y con mi gente. Nos han bien jodido colega, pero yo soy de los tuyos, no lo pienso abandonar. Recuperaremos nuestros derechos, porque merecemos ser respetados de la misma forma que lo son los pulmones limpios!En busca de la libertad...
Un besoote moreno!
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