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sábado, 15 de enero de 2011

INEVITABLE BINOMIO

 Gonzalo Obes, 2008

Las decisiones, a veces, obligan a responder ante los ojos de un ser supremo que tan sólo es el fruto de ese insistente chirriar de la conciencia que lo siembra todo de remordimiento y culpa. Son esas decisiones las que hacen que camine en soledad por el recuerdo de lo que fui un día. Ahora, a los ojos del mundo, soy un moribundo harapiento que ha rechazado vivir por algún tipo de miedo que, según creen, aparento. Las causas siempre encuentran cobijo en el olvido aunque, cuando son las propias, tienden a arder en una hoguera llena de prejuicios y menosprecio desdibujando la propia apariencia para siempre.

Odio a las hormigas porque hace tiempo rechacé la opción de agarrarme a esa falsa sonrisa por un futuro prometedor apadrinado por un alemán del siglo XVIII. Ahora me atormenta la sensación de dejar pasar trenes uno tras otro, como un mendigo al que ya le es indiferente cuál coger y que sólo sabe que se siente bien sentado en el último banco de la estación de la mediocridad, escondido de un mundo al que maltrató de la misma manera que éste lo maltrató a él. Como causa fatal, el no saber llenar el vacío, pues no cesa de agrandarse y acaba formando parte del propio ser hasta que el recuerdo no se atreve a buscar algún momento previo a su llegada.

La mayor decepción, que se avecina como ese mal presagio que está por llegar, viene cuando la siniestra vulnerabilidad se hace presente. Siempre despotricamos cuando no avisa. Pero el problema es un falso invento del imaginario colectivo, una falsa excusa para que nuestra moral no se convierta en un queso agujereado. Todo avisa siempre. Mis pupilas saben reconocer el motivo de su existencia en la cuenca de los ojos ajenos y siguen teniendo la misma obsesión con no poder moverse cuando esto sucede. Es entonces cuando los pros y los contras juegan a pelearse como si se tratara de un combate de sumo en el que el vencedor es quien consigue sacar al otro del tatami. Sin embargo, siempre acabo cediendo y le perdono la vida a quien pretende eliminar la apariencia y conocer la verdad. No encuentro motivos para romper su estabilidad, ni para implantarle la semilla del surgimiento propio. Sería cruel que esta falta de indiferencia le marcara para siempre la vida. Quizás la vida nos cambiaría a ambos y descubriríamos esas verdades que anhelamos, que creemos que existen pero de las que tan sólo hemos visto alguna espectral aparición en el transitar del párpado por el ojo.

Me resigno a seguir deambulando como los poetas muertos, como un efímero espontáneo forastero de la causa común. Me dedico a odiar a los romanos por querer crucificarme cuando yo creé el mundo que ahora ven, siendo el poseedor primero de toda idea que ellos acaban de empezar a intuír y que les asusta tanto que creen que a través de tres clavos y una lanza podrán eliminarla. Pero ya es demasiado tarde para ellos y para mí. Pronto mi recuerdo sólo se basará en suposiciones y en vagas ideas de lo que podría haber sido, aunque en el fondo, esta vez, no cuele y no me lo crea ni yo. Dos días después renaceré una vez más y eso bastará para que la historia dé un vuelco que desconozco. Un vuelco que está por llegar. Me lo han dicho las miradas que han sido capaces de agujerear la capa de ozono.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si yo fuera tú, también sería mi principio y mi fin.