Me hablaron una vez de magia. Me dijeron que hubo un tiempo en el que todo estaba formado por incomprensibles movimientos enigmáticos, por impulsos de otro planeta, por fuerzas inhumanas, por dones extrañísimos y poco comunes. Me contaron que todas las virtudes habían decidido alinearse en las llanuras de un estadio de fútbol y que yo lo había vivido. Sin embargo, no lograba recordarlo. De aquella época tan sólo me quedó una sensación inconsciente, un vago recuerdo difuso, la grandeza de formar parte de algo privilegiado, un sentimiento poco habitual que aún perdura al haberlo alimentado durante todos estos años y algunas cintas viejas. Cuando tuve la capacidad de poder asimilar el presente para convertirlo en recuerdo, me deslumbró la solitaria figura de un brasileño que intentaba sacar adelante un proyecto metastatizado y acabado, y la dictatorial figura de otro tiempo de un holandés que de tan agresivo resultaba cómico. Aunque esto no sirvió para que no se prolongara más de lo que debiera haberlo hecho. Viví, como otros tantos, de ese recuerdo, de las cintas desgastadas que alimentaban sueños de cristal que se rompían a las primeras de cambio. Vinieron muchos y se fueron otros tantos a los que la gente les había entregado el corazón. Algo así, lógicamente, no podía ser bueno. Apareció un argentino con máscara de falso mesías que tardó poco en decepcionar y regresó el holandés de apellido gutural para finalizar el desastre que había iniciado. Cumplió su misión perfectamente y del kaos empezó a resugir la esperanza gracias a la curiosa llegada de una extraña especie de elefante de color azul que no dejaba indiferente a nadie y que, por muy cuestionada que fuera su figura, fue capaz de sembrar lo que hoy se está recogiendo. El banquillo empezó a oler a maría y hubo muchas miedos en un inicio, pero otro brasileño nos deslumbró a todos y nuestra mandíbula empezó a pesar tanto que permanecimos durante mucho tiempo con la boca abierta. Sin embargo, él mismo acabó destruyéndolo todo y lo que un día fueron bocas abiertas a causa de la admiración se convirtieron en apretadas mandíbulas que pedían a gritos su expulsión. Hoy en día tan sólo es el cadáver de un cuerpo que un día tuvo vida, pero la gratitud que conservamos hacia él es inmensa. Fue así como una nueva esperanza , que siempre ayuda a olvidar una antigua, apareció y tras dos años un hermano al que dábamos por muerto decidió encabezar un proyecto que lo cambió todo de la misma manera que aún lo está haciendo hoy día. Y entonces esa esperanza nueva se convirtió en ilusión basada en hechos reales, un producto que históricamente había sido difícil de encontrar en el mercado negro de la dictadura, y supo liderar de una forma magistral a su equipo. Entonces recordé aquellas fábulas de las que me hablaron, aquella magia, aquellos movimientos enigmáticos. Ellos hicieron que lo recordara. Fue él. Un hecho tan simple como verlo deslizarse por el terreno de juego indiferente a todo lo demás me bastó. Fue entonces cuando se cumplieron los augurios que un día nos anunció y dejó de hacer falta verlo pronunciando ese "Recuerda mi nombre" , que a todos nos pone los pelos de punta ahora que podemos verlo con perspectiva, para que el spot publicitario cumpliera su objetivo. Poco tiempo tardó en ser reconocido internacionalmente y fue galardonado con esos trofeos que sus precedesores en nuestra memoria colectiva un día ya levantaron. Su magia se retroalimenta desde entonces día a día y no para de crecer. Es, a ojos de todos, el mejor jugador del mundo, y por mucho que aquéllos que han sido capaces de llevar a sus compatriotas a la gloria sean de otra galaxia cercana a la suya, sería injusto que alguien que ha cambiado tanto la historia de un club como este y del deporte en general no viera reconocido su mérito y no sea recordado justamente por las futuras esponjas futbolísticas como lo que fue: el mejor jugador de la historia.
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