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miércoles, 3 de noviembre de 2010

SOMOS, FUIMOS, SEREMOS, HUBIÉRAMOS SIDO


Somos la libertad y la independencia del líder de la manada, ya muertas y bien guardadas en la cueva de las aspiraciones pretéritas de la nubilidad esfumada. Somos la vieja esperanza, la voluntad de vivir del que se suicida asfixiado por un cúmulo de recuerdos incumplidos que han acabado desequilibrando su balanza, la claustrofobia del prisionero de guerra de una cama vacía, el rastro de olor que deja su champú, ese mismo rastro que se pierde al cruzar la puerta, cuando la noche secuestra al día. Somos la cuarta parte de vida que es enterrada sin haber muerto tras el último alarido del parto y que golpea sin cesar el ataúd en el que se encuentra encerrada, intentando escapar sin ser escuchada. Somos el cúmulo de indecisiones que nacen del positivo de un preceptor, el dedo anular virgen de anillo de compromiso, las palabras que el ebrio entrecruza con su reflejo en una conversación de retrete y su mensaje, tan poco conciso. Somos las yemas de unos dedos que todo lo tocan, los colores del verano, los olores de la primavera, los sonidos que no cesan de estallar, la presión en la mandíbula, ese grito que nace de dentro cargado de las verdades más viscerales, el hambre en tiempos de Calígula. Somos el último aullido melancólico del lobo, el maullar del gato en celo, la rebeldía del cachorro. Somos las pupilas dilatadas del que despierta de la ceguera, los ojos rojos del visionario dormido, la fuerza que el guerrero perdió por el tubo de escape cuando su valkiria le rompió la espada a bocados con el pretexto de la madurez y todo lo que trajo consigo, las heridas abiertas que se resisten al poder curativo del olvido, la uña partida que el vividor se rompió cuando arañó el muro de la vida por última vez. Somos el último segundo, la última conciencia, el primer síntoma, el último maratón en la cama, la suavidad y la melancolía del último beso, la última lágrima, esa decepción que jamás podrá ser comprendida ni curada, el dolor irremediable del reprimido solitario. Somos, según dicen, cachorros de humano sin credibilidad ni potestad para decidir por el mundo, ni siquiera para decidir por nuestro ordenado caos. Somos cajas repletas de agujeros negros que se ven obligadas a aceptar los dardos envenenados que los usurpadores de identidad lanzan. Somos lo que nuestra irreflexibilidad decide que seamos, lo que el ímpetu de los inconscientes muertos diseñó para inconscientes futuros, la última dosis de vida que los progenitores del olvido le encargaron a sus camellos.

Surgimos de ahí. Formamos un caos absoluto de ideas, razones, motivos, ansias y desengaños que intentan ser suprimidos por grandes dosis de una resignación nuclear que amenaza seriamente nuestro bienestar y que fue colocada con manos cubiertas con guantes de látex en nosotros desde el momento en que nos engendraron, con la máxima discreción posible para que su apariencia fuera inapreciable. Se trata de la resignación de los que un día quisieron comerse el mundo, cuando sus mentes aún tenían ese punto de libertad que les permitía crear, cuando estaban dotados de un filtro de absorción firme que se sostenía de buen criterio, cuando aún no habían perdido la goma con la que trataban de borrar unos prejuicios que tenían escritos con permanente. Otros, sin embargo, no tuvieron ese don, ni se encontraron en el contexto adecuado para desarrollar la conciencia necesaria. Fueron simples burros de carga de la sociedad. Reprocharles algo sería un crimen. Pero sí que pueden ser criticados aquéllos que pudieron despertar y no lo hicieron, los que planearon levemente por el cielo infinito y no impidieron que sus sueños fueran una especie en extinción que acabó desapareciendo. Dejaron que sus aspiraciones acabaran siendo tan remotas que se deshicieron entre los átomos del tiempo. Se quedaron quietos, mirando embobados, tendiendo la mano al enemigo. Se trata de la resignación de los que se limitaron a continuar la obra que otros empezaron antaño, desestimando la posibilidad de valorar su contexto, meter en el horno sus ideas, opinar, decidir y poder, así, diseñar su propia obra. No fueron capaces de cuestionarse nada, no supieron encontrar las salidas en el mapa y obviaron las vías de escape, las alternativas posibles, negando la existencia del abanico de posibilidades que la vida trataba de enseñarles a gritos.



Animales somos, animales fuimos y vivimos con esa afirmación tatuada en los genes pese a que en la práctica acabe borrándose de ellos tan fácil como se borran los tatuajes que salen con las patatas. Nuestro ego y nuestra lógica de calle nos impiden lo contrario. Marcamos nuestra existencia, sin embargo, con los mismos puntos o procesos con los que marcamos las existencias de los demás seres vivos englobándonos dentro de lo que denominamos ciclo vital. Nacer, crecer, alimentarse, reproducirse y morir se erigen como bases de nuestra vida, como puntos fundamentales por los que todo humano ha de pasar. Determinismo puro y duro. Pero en una época en la que cubrir las necesidades básicas no es, ni muchísimo menos, suficiente, tal clasificación se queda corta, pues se quedan fuera procesos como amar, establecer vínculos sociales, interactuar... Esquematizar y resumir la vida de un humano en esos puntos es, por lo tanto, ridículo, pues sin los demás procesos una vida realmente no tendría sentido alguno. ¿Por qué nos encasillamos en esa clasificación? ¿Quién tiene los cojones de comer con el corazón roto? ¿Quién se levanta de la cama con la casa en ruinas? ¿Quién mira de frente a la vida cuando le ahogan la monotonía y la desidia? ¿Acaso alguien estaría dispuesto a afrontar su día a día si sus únicos quehaceres fueran los citados? No seremos recordados por cómo comíamos o cómo crecíamos. No incluyo reproducirnos porque cabe la posibilidad de que engendremos a la Miley Cyrus o al Jesulín de Ubrique de turno y seamos recordados por ser los padres de... Todos tenemos nuestras prioridades y nuestros pilares, creemos trazar nuestros caminos sin darnos cuenta de que ya estaban trazandos a lápiz muy ténuemente hace años y lo único que hemos hecho ha sido seguirlos creyendo agarrar de la mano a la libertad. Circulamos por carreteras que se bifurcan en otras cada vez más estrechas, olvidandonos del suelo donde estamos pisando, obviando el porqué, el para qué y el dónde.

Un día Dios murió. No mucho más tarde murió Naturaleza con todos sus mitos y su atrezzo. Dejamos de creer en ella. Seguimos aceptando los regalos que nos hace sin que aparezca reprocidad alguna, como si se tratara de ese pariente lejano que te visita de año en año y te da dinero para que te acuerdes de él algo más de un día si es posible. Pero no deja de ser ese pariente lejano. Hemos renegado de la naturaleza, nos da igual, muestra de ello es que la humana condición de no solucionar los problemas hasta que podemos rozarlos con la punta de la nariz aparece para obviar la destrucción a la que el planeta se está viendo sometida. Nuestro cosmos se compone, pues, de un ombligo gigante formado por toda la humanidad. Intentamos convencernos a nosotros mismos de que no es así yendo de verdes, de solidarios, de preocupados por el cambio climático. Pero no. La naturaleza es una esclava nuestra con un sinlímite de obligaciones y ningún premio a cambio. ¿Para qué? Obviamos las vías posibles, nos estancamos en una balsa de agua putrefacta sin ver el canal estrecho que sale de ella y que se arrastra hacia un río que desemboca en un mar por descubrir. Pero nos negamos a salir de ahí, pues por muy catastrófico presente que sea augurado, la estabilidad está ahí y nos negamos a perderla. Es un modelo seguro, el modelo seguro de quien no arriesga, pues sabemos que funcionará al 100%. Nos olvidamos de que La vida es inclasificable, de que es tan abstracta e imprevisible que es indigno hacer un catálogo que trate de incluír todo lo que la forma. Pero no, nos hemos estancado en clasficiaciones, en predicciones, en esquemas...

Marcamos nuestra existencia por el día en que nacimos y el día en que morimos. Somos tan poco creyentes en lo ajeno, en aquéllo que no podemos palpar, que hasta que alguien no es visto por primera vez por la sociedad, por otros, no es considerado una persona, no existe. No puedo considerar que alguien exista desde que nació, ni celebrar su cumpleaños ese día, pues nació cuando el espermatozoide menos remolón de su padre encontró cobijo y se aposentó en el rey óvulo de su madre. Nació en el pensamiento de ambos cuando decidieron crearlo, cuando su amor o su odio les llevó a concebirlo. Ya existía mucho antes de que se arrastrara por las puertas del mundo para llegar por la puerta grande y que todos lo recibieran y lo consideraran uno de los suyos. La sociedad lo estaba esperando, y su esquematizado y especializado sistema también. Ese día tuvo que ser marcado por convención en el calendario y, con la máxima regularidad, tuvo que ser celebrado de año en año, invitando a esa festividad a gente cuya existencia era desconocida para el protagonista, gente que al día siguiente volvía a su rol de desconocido o de olvidado. Con los años la situación empeorará. En ser recordados los años anteriores, se decidirá llamar a la puerta de la melancolía para recuperar a según qué personas, por muchos años que haga que su recuerdo se perdiera en el olvido. Se pondrán al día, se querrán mucho durante unas horas determinadas y tras un "ya te llamaré", "quedamos y lo hablamos", "no podemos estar tanto sin vernos" sus caminos volverán a perderse por horizontes opuestos y olvidarán la hipocresía que dibujaron aquel día. Pero es una hipocresía sana y humana que nace del recuerdo y de la eterna búsqueda del ser humano de recuperar lo que ha perdido, la melancolía de sentimientos y sensaciones, de compañías pretéritas, de personas queridas, de olores familiares.


No puedo aceptar que mi vida esté, pues, tan marcada por mi nacimiento, un nacimiento que me arrastrará por ciclos vitales tan plenamente determinados y que me llevarán a ser un humano más en la tierra de los humanos sobrantes, una mota de polvo en una época en que tratan a toda costa de no dejar que el polvo se acumule, y en que si más de uno pudiera, detendría el proceso de creación. Después de nacer creceré, aprenderé lo que otros muchos han aprendido ya, intentarán que no muera en mí la curiosidad, o la curiosidad que se vende en el mercado, la desarrollarán al máximo hasta que decidan suprimirla para hacerme creer que no hay progreso que valga hasta el punto en que crea que no existe un más allá posible. Me encaminarán, me especializarán, me concretarán para que tome forma, fina y poco abarcante para no ocupar demasiado espacio y para poder tenerme bien localizado, porque el mundo laboral necesita especialistas, gente limitada mentalmente que sólo pueda pensar en la parte más remota de una porción de conocimiento para que no pueda valerse por sí misma, para que no pueda ver el global del diseño. Seguirán cayéndome etiquetas del cielo, seguiré haciendo lo políticamente correcto, lo estipulado. Me marcarán a fuego con etiquetas, seré heavy, garrulo, housero, emo, rockero, hippijo, hijo de la gran puta... Etiquetas que me servirán para lucir en el escaparate del mundo, etiquetas con las que me podrán valorar aquéllos que vayan al supermercado de la vida para comprarme o para dejarme caducar en una estantería de mierda. Seremos los productos de una cadena de montaje que ocupa todo el planeta, seremos apariencias más o menos sólidas que se mostrarán en pasarelas y escaparates de hipocresía. La gente mirará nuestro precio y nos meterá en bolsas, en paquetes... Seremos gotas de lluvia extirpadas de transparencia y de formas sinuosas que en caer se desharán con el único consuelo de humedecer un asfalto que segundos después estará seco. Cuando hayamos dejado de crecer por la sociedad, deberemos devolverle el favor que ésta nos ha hecho y deberemos trabajar. Nos casaremos, tendremos dos hijos, la parejita, con los que alimentar al sistema, viviremos drogados creyendo que, para bien o para mal, habremos elegido nuestra vida y que eso es lo que cuenta. El amor será un buen bálsamo. Grandes trabajos nos esperarán, podremos comer y alimentar a nuestra familia, a nuestros pequeños, Wendolyne y Marshall, y a nuestra esposa Lucy. Trabajaremos sin cesar, incluso algunos dias serán tan maravillosos que tendremos fiesta, podremos irnos de puente, descansando o en casa, listos para ver la película de las 4, sin olvidar esas 3 maravillosas semanas de vacaciones a las que optaremos y que nos darán las fuerzas necesarias para pasar otros 11 meses de maravillosa existencia. Cuando nos hayamos dado cuenta, sentiremos la acechante sensación de que hemos desaprovechado nuestra vida y como buenos humanos, no podremos culparnos a nosotros mismos. Culparemos al sistema, al presidente de turno, a nuestro padre, a nuestro jefe, a nuestra mujer o a todos juntos. Algunos no podrán con ese odio de nacimiento reciente y su cobardía les llevará a caer en actividades que hoy día son noticia, como maltratar a su mujer. Otros directamente la dejarán, o se buscarán a alguien que aún tenga presente los sueños que ellos decidieron olvidar, pudiéndose alimentar en parte de ellos. Con la tranquilidad de haber progresado enormemente y admirando la perfección de todo lo palpable a nuestros ojos, manos, oído, lengua y nariz de humanos, con la seguridad de que el camino elegido era el único en condiciones, seguiremos en las mismas, educando a nuestros hijos para que sean hombres de provecho como nosotros, les pondremos los dibujos que estén de moda para que puedan aprender a evadirse de lo que les espera, pues en el fondo sí que sabemos que las cosas podrían salir mejor y que el cambio es posible. Seguirán viendo como Doraemon le enseña a un niño indefenso a volar, y a que siempre le salven el culo, expandiremos la semilla del síndrome de Nobita, seguirán creyendo que hombres super fuertes hacen super cosas increíbles, que todo es maravilloso y flipante... Y ellos creerán en eso, nacerán socialmente con el chip de que son invencibles y encaminarán sus vidas por ahí, y no se esforzarán en cambiar su verdadero presente mental y físico, en desarrollar su ímpetu social, pues será tal la abstracción a la que se habrán visto sometidos que confundirán su propia realidad. Y así seguiremos, así seguiré, resignado por contagio imprudente, o demasiado prudente, seré uno más entre tantos, deambulando por el cementerio de la vida, y sabré aceptar, sin más remedio, las críticas que la resistencia sepa elaborar de mí en el futuro.