No murmuren, no se escondan, no encarcelen la palabra entre esos dientes que mantienen apretados para sujetar la represión psicológica a la que se ven sometidos. No miren hacia abajo cuando sus pupilas se crucen con las de algun tiroteador de espíritu firme, no anden a la deriva del viento a no ser que la vida les parezca tan maravillosa como para hacerlo, no susurren, y si lo hacen, que sea para evocar conceptos que complementen la ligereza de sus palabras. No caigan en el abandono, no sean sumisos del tiempo, no se dejen engañar por la fertilidad del huerto, pues les llevará a caer en picado hacia la mezquinidad. Acaricien el afilado cuchillo del ridículo, no interpongan su voluntad entre el cerebro y los músculos que fuerzan su sonrisa, ni fuercen a éstos a moverse extremadamente si de verdad no se sienten identificados con esa orden. No alcen sus brazos si el ideal, en el fondo, les remuerde. No acaten caprichos ajenos, no dejen de leer nunca, no se fíen de panfletos y de falsas morales, cuya unica finalidad es aleccionar mentes repletas de espacio vacío en su cráneo. No dejen de analizar nunca lo que han leído, ni de buscar la causa primera de las conclusiones derivadas de ese análisis. Jamás se olviden de palparse, ni de mirar hacia fuera sin perder de vista su ombligo. No dejen nunca que su conciencia se marchite y que su yo, que ha de permanecer siempre enterrado en su interior, se escape y jamás vuelva, dejándolos, así, vacíos de por vida. No permitan que el espejo del mundo refleje una percepción equivocada suya. Enseñen a su corazón a saber dirigirse y dótenlo de selectividad, pero no se olviden nunca de la necesidad de fusión psíquica y física, tan vital en estos días en los que el rebaño se vanagloria de su capacidad por arrancarse el corazón del pecho y vagar por el mundo sin oír su propio latir explotándoles dentro. No caigan nunca en el prejuicio, ni dejen que el prejuicio ajeno les marque de por vida, pues éste, con total seguridad, no habrá nacido de la experiencia empírica vital de aquéllos que se creen capacitados para aconsejar y que todo creen saberlo. Tampoco se dejen llevar por sus propios pensamientos, por muy suyos que los crean, si no han nacido castos de influencia, pues habrán surgido del palabroteo de la llevadiza muchedumbre. No dejen ninguna parte de su cuerpo, o casi ninguna, libre de pecado, ni permitan que al caer en el abismo del más allá, su conciencia, aún con la dosis suficiente de memoria necesaria para arrepentirse, valore su estancia en este queseyó en el que nos encontramos y llegue a la conclusión de que sus vacaciones en la vida han sido un fracaso. Hagan que esto valga la pena, disfruten, no callen cuando se lo ordenen si tienen el don de la palabra, del convencimiento y de la razón, y si creen que lo tienen aun sin tenerlo, resignénse, mírense al espejo y pongan cara de gilipollas, pues es lo que son. No le teman a esa puerta abierta detrás de la cual no se ve nada, ni al progreso, ni a los estados de conciencia alternativos. No eviten pensar, ni ser conscientes de quienes son. No huyan del análisis profundo de sus mentes, ni de sus cuerpos, ni tampoco de desconectar puntualmente el lazo que une a ambas partes, pues nada es más maravilloso que ver el mundo en tercera persona. No se fíen y, si lo hacen, no se fíen de ustedes mismos. Transmitan con la mirada el orden de su abstracto interior, que sus ojos no parezcan escaparates vacíos. No amen de palabra, combinen la magia de una letra que cuaje con otra y forme la combinación sonora y visual perfecta con el empirismo más profundo. Bañénse en lo ajeno y llenen sus pozos de su agua sin dejar de mirar su propio mar interior jamás. No acepten caramelos de desconocidos, por muy deslumbrante que sea su sonrisa, pues les deberán la vida, aunque, si lo que les ofrecen es un cigarro, acepten sin rechistar. Agarren sin dudar la mano de aquel que les ayude a levantarse si no tiene intención de arrastrales después a algún precipicio, porque este mundo si se caracteriza por algo es por ser virgen de auras. No se asusten ya que, aunque del temor nazca la prudencia, se corre serio riesgo de que ésta derive en un miedo patológico y enfermizo. No se olviden de su libertad, ni tampoco de dejar de enfrentarse a los que pretendan quitársela. No se dejen llevar por aquéllos que usen la palabra evocando conceptos cuyo significado desconocen. Acéptense o acepten la apariencia de cristal que tanto tiempo han tardado en elaborar. Acepten también a su egoísmo y huyan siempre de la indiferencia. No se fíen del rojo que les prohíba con el pretexto de la creación de un utópico mundo mejor pues, por muy humano y humilde que sea en su conversar, por muchos derechos que busque su puño en alto, sus prohibiciones tan sólo serán otra forma de fascismo barato. No me crean, ni me hagan caso, pues me abrumarían. Tan sólo piensen, analicen, palpen cada maravilloso detalle, cada matiz, cada mirada, cada diferencia, cada irregularidad, cada cicatriz, cada rastro que antaño dejara algún caudaloso río nacido del lagrimal. Observen con detenimiento cada pupila, cada alma, cada mundo ajeno... Y fusiónense con la nada que en ellos habita. Y repito, huyan siempre de la indiferencia.
2 comentarios:
Impresionante. Me ha encantado realmente este post.
siempre se agradecen comentarios de este tipo!
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